Soñé hace poco que estaba hablando en público de la dificultad de corregir las erratas y de su tipología: entre otras, las debidas a errores dactilares (si escribes sobre el teclado), las generadas al cambiar alguna palabra o frase, y las que permanecen ocultas al ojo propio, normalmente porque leemos muy deprisa.
De repente, al escuchar mis palabras, los libros que estaban presentes en la sala se abrieron y comenzaron a salir de ellos erratas de todo tipo, dando saltos y haciéndose perfectamente visibles. Se pegaban al micrófono y no me dejaban hablar. Se sentaban entre el público entorpeciendo su visión. Se armó un buen escándalo.
Cada vez estoy más convencido de que para corregir textos se necesitan expertos de verdad. Pero esa es una especie en vías de extinción. En los periódicos, y en no pocas editoriales, esa figura ha sido sustituida por los propios autores, por amigos de estos, o por becarios. Y ni unos ni otros suelen estar bien dotados para fulminar las erratas.
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