Busco, busco aquellas palabras que no existen.
Ángel González Las palabras inútiles
Las palabras. Unas nos emocionan y otras nos disgustan o nos alegran. Hay palabras para cada ocasión: evocadoras, tristes, insulsas, malsonantes, desusadas o puestas de moda. Ninguna sobra. Su larga o corta vida, su buena o mala reputación, dependen del uso, que es caprichoso con frecuencia, y contra el que poco, casi nada, podemos hacer. A veces, se recrimina a la Academia por no imponer determinadas normas o por no desterrar algunas acepciones desafortunadas, como si el significado de una voz dependiera exclusivamente de su inclusión o de su salida de los diccionarios. Las lenguas hay que cuidarlas, protegerlas y respetarlas porque hasta la más pequeña de ellas constituye un valioso patrimonio cultural. Son así: maravillosas herramientas para la comunicación que nacen, crecen y mueren; que evolucionan con la misma naturalidad que los seres vivos.
Hoy, como hace tres siglos, en la Real Academia Española nos ocupamos de estudiar la vida de las palabras y de las complejas estructuras y normas del idioma común empleado ya por más de 450 millones de hispanohablantes en el mundo. Conviene recordar que esta apasionante tarea se puso en marcha a comienzos del siglo XVIII por una necesidad, por el temor a que la lengua de Cervantes, de Lope y de Quevedo entrara en la senda del descuido y la dejadez. Nuestra tricentenaria institución es fruto del empeño patriótico de un grupo de nobles, clérigos y eruditos convencidos de la urgencia de elaborar en España un diccionario de la lengua castellana, «el más copioso que pudiera hacerse».
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