Hace exactamente un año, el humorista americano Paul Gale, se preguntaba en un vídeo (Why Starbucks Spells Your Name Wrong) por qué los empleados de la cadena de cafeterías más famosa del mundo, Starbucks, se empeñaban en escribir mal los nombres de sus clientes cuando recogían sus pedidos en el mostrador. «Lo hago simplemente por joder», decía Gale simulando ser un empleado de la marca, «juego con tus sentimientos de manera fría y calculadora. Y funciona: subiste el vaso a Instagram».
En el vídeo, tras muchos y disparatados razonamientos, Gale llega a la conclusión de que la mala ortografía es una estrategia más de marketing de la empresa: cometiendo errores a la hora de escribir los nombres conseguían que sus clientes, molestos, hicieran una foto al vaso (en el cual el logo de la marca es omnipresente) y subieran su indignación, junto con el vaso bien grande, a las redes sociales. ¿El resultado? Que miles de sus inconfundibles vasos campaban a sus anchas por la red sin haberse gastado ni un duro en publicidad. Una campaña viral en toda regla, la aspiración de cualquier marca, muchas veces, al precio que sea. Incluso si hay que renunciar a la buena ortografía.
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