No causa sorpresa: es bien sabido que políticos y sus adláteres se sirven de ellos como tarjeta de visita y aval promisorio de futuras políticas «de progreso». Pero la relación entre ambas cosas es nula. Y el doblete es aberrante y está causando un serio daño a la lengua que, de no detenerse su uso, será irreversible y por tanto permanente.
La frase emblema de esta tradición los vascos y las vascas lleva implícita la presunción de que las vascas no son vascos, de falsedad evidente para cualquier hablante nativo o competente del castellano o lengua similar. El cerebro humano intuitivamente busca sentido en todo lo que percibe, también por ejemplo en el arte surrealista que provoca desasosiego en el espectador inadvertido.
En los vascos y las vascas la palabra que va primero, vascos, es asexuada, es decir, carece de denotación de sexo, como tampoco la llevan persona, gente, vástago, retoño y otras: lo prueba el acierto de la frase todas las vascas son vascos, no madrileños (frente a ☹todos los vascos son vascas, no madrileñas). Y lo explica el hecho de que en castellano vascas son las personas de sexo hembra del País Vasco, y vascos simplemente las personas del País Vasco, un conjunto que también incluye a mujeres (las vascas), al ser ellas también personas.
Al oír por primera vez los vascos y las vascas o semejantes el hablante ha de sentirse pues instintivamente desconcertado. Y su cerebro por instinto le busca sentido para salir del caos. La interpretación más plausible que podrá encontrar es que quien dijo la frase limita el alcance de la palabra vasco(s) a varones, pues así el conjuntivo y las vascas se hace necesario para incluir a mujeres.
La misma percepción se repetirá luego con todas y cada una de las parejas de género del castellano, cientos, si no miles, y por tanto los dobletes se multiplicarán de modo exponencial: la actual Constitución venezolana ofrece un privilegiado botón de muestra oficializado al más alto nivel. ¿Resultado? Más esfuerzo bucal, auditivo, manual, ocular y cerebral constante para cada hablante, con la correspondiente inversión de tiempo y energía. Esto ya es de por sí indeseable, pero aún hay más: para ser consecuentes habrá que decir los vascos y las vascas son simpáticos y simpáticas respectivamente. Un escenario, pues, catastrófico para la lengua, es decir, para nosotros sus hablantes.
La idea de que el doblete promocionará una igualdad matemática entre los dos sexos es también falaz: simplemente, la lengua no controla la realidad. Si lo hiciera, un cambio de lengua o en ella eliminaría la pobreza, la injusticia, la criminalidad y todos los desaguisados que afligen al mundo. ¿Alguien puede creer que los países más avanzados en estos y otros terrenos se lo deben a sus respectivas lenguas? ¿Y que el cambio del membrete Ministerio de la Guerra por el de la Paz en efecto la trajo en el mundo imaginario (pero en muchos ámbitos tristemente profético) del 1984 orwelliano?
Justifican el doblete en aras de que aumenta la «visibilidad de la mujer». Pero, aun de ser tal incremento necesario (¿y hasta cuándo?), es factible alcanzarlo por métodos más eficaces que no dañan a la lengua: tatuajes corporales «mujer», estampados en las vestiduras, carteles callejeros, anuncios en la prensa, cuñas en los audiovisuales, etc., al gusto y placer de cada uno. La eficacia de estas y otras técnicas está atestiguada en el campo de la publicidad comercial (el Beba Coca Cola goza ya de inmortalidad histórica), y su uso es enteramente legal y moral. No así los grafiti en la casa ajena, los espráis sobre el cuerpo del prójimo, la contaminación de su alimento con drogas alucinatorias, y un sinfín de alternativas que dejo a la imaginación de los interesados.
Los dobletes de género pertenecen a este segundo grupo: envenenan la lengua común, la lengua de todos, con perjuicio para todos, no sólo para las minorías que los promueven. Ha llegado así el momento de que la mayoría silenciosa hasta ahora sufrida pasiva víctima tome medidas de autodefensa. Actualizando el bando emitido en 1808 por el alcalde de Móstoles: ¡Hispanohablantes! La lengua está en peligro. ¡Acudid a salvarla!
Todos y cada uno. Ahora. Mañana será demasiado tarde: la lengua ya estará irreversiblemente corrompida en el cerebro de cada hablante, también el de este autor y el de su amable presente lector.
(Ignacio M. Roca es catedrático de lingüística e investigador del género)