Todo empezó por la afición gramatical del bogotano Rufino José Cuervo. Se entregó al estudio de la lengua castellana y se fue a París en 1882 para desarrollar sus estudios. De allí no volvió nunca: se quedó en la capital francesa hasta su muerte, en 1911.
Ese interés lo llevó a realizar el Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, que logró ejecutar hasta la letra D. En 1942, para conmemorar los centenarios del nacimiento tanto de Rufino José Cuervo (1844), como de Miguel Antonio Caro (1843), se creó el Instituto Caro y Cuervo (ICC), cuyo primer director fue Félix Restrepo, autor de El alma de las palabras.
[…]
Leer más en elespectador.com.