Es más bien un intercambio fluido de información. Un «te voy a decir lo que pienso sobre lo que has hecho». Sólo es uno de las decenas de barbarismos que hemos incorporado, casi sin darnos cuenta, al castellano.
Definen nuevas formas de comer (como el brunch, a caballo entre desayuno y comida), de trabajar (haciendo coworking o como freelance), o que denotan nuestra vaguería, porque se acaba antes diciendo que una serie es un must en lugar de decir que es imprescindible, el hit de la temporada, etcétera.
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