Es discípula de Diego Catalán Menéndez-Pidal, un vínculo que la une a la figura clave de la filología en España, Ramón Menéndez Pidal —de cuya teoría de la formación del español ofreció una revisión en su discurso de ingreso en la RAE— y a su escuela, de la que toma el testigo de interpretar la relación entre la historia y los textos, con un enfoque actualizado.
(…)
¿Se puede decir que «cada vez se habla peor»?
No lo creo. La lengua evoluciona de forma natural y es un sistema eficaz en todas las épocas. Se habla mal, entre comillas, cuando no tiene hablantes; ese es el problema de una lengua.
Es la idónea en su momento y en su lugar.
Exacto. El problema es que se confunde lengua con lengua estándar, hay que ser muy conscientes de que la lengua estándar es un dialecto en el que somos instruidos a lo largo de años de escuela. No es el dialecto de nadie. No es la variedad que uno aprende naturalmente, sino a través de la instrucción. Es una lengua en la que se proyectan ciertos ideales, como la unidad o la inmutabilidad. Cuando se dice que hay una decadencia en la lengua en realidad se habla de la lengua de cultura o estándar, pero nunca se puede afirmar que un hablante sea menos competente que su padre o su abuelo. Respecto a la lengua estándar, es difícil decir si hay una decadencia porque es verdad que quizás hay un cierto empobrecimiento léxico. Por ejemplo, un compañero mío, profesor de instituto, me contaba que en los exámenes de selectividad, para un grupo de doscientos alumnos entró el significado de la palabra pródigo, que no supo ninguno, y de misántropo, que supieron dos. Me pareció escandaloso y le pregunté a mis hijas, que son estudiosas y se supone que han leído, y ninguna lo sabía. Quizás es que las nuevas generaciones no han dependido tanto de la cultura escrita como nosotros dependimos, mi proceso de formación y de ocio era a través de la lectura.
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