La quinta acepción de «gitano» en el nuevo Diccionario hace equivaler esa palabra con «trapacero» (la persona que «con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto»), y eso ha levantado ampollas entre gentes de buena voluntad.
La voz «gitano» procede de «egiptano», porque en la antigüedad se creyó que los gitanos procedían de Egipto; y se usó durante siglos con sentido injusto y discriminatorio. Para comprobarlo, basta con darse un garbeo por los viejos diccionarios.
Covarrubias los describía en el suyo como «gente perdida y vagamunda, inquieta, engañadora, embustidora» (1611). Y la primera obra académica los definía así: «Cierta clase de gentes que, afectando ser de Egipto, en ninguna parte tienen domicilio, y andan siempre vagueando. Engañan a los incautos, diciéndoles la buena ventura por las rayas de las manos y la phisonomía del rostro, haciéndoles creer mil patrañas y embustes. Su trato es vender y trocar borricos y otras bestias, y a vueltas con todo eso hurtar con grande arte y sutileza» (1734).
Todos esos términos peyorativos fueron desapareciendo hasta quedar sólo ese «trapacero» de la quinta de sus ocho definiciones. La voz «gitanería» ha experimentado cambios paralelos, y en esta 23ª edición del Diccionario se retira una de las tres acepciones antiguas: «Caricia y halago hechos con zalamería y gracia, al modo de las gitanas»; y además se ha suprimido la marca de «despectiva» para la tercera: «Dicho o hecho propio y peculiar de los gitanos».
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