Sí: hay palabras frágiles como huevos frescos; las acomodamos, unas junto a otras, de tal manera que no se lastimen, que no se quiebren, que mantengan su integridad. Algunas, siendo cándidas, pueden ceder por el peso de las demás, a veces más duras, más fuertes, y juntas causan estragos. Otras, en cambio, se tornan blandas, aun siendo rudas, porque a su lado van, como almohadillas, aquellas que amortiguan su efecto. Y, unidas, terminan por ser aceptadas por la generalidad aun encerrando significados férreos.
En esa fusión casi infinita, aparecen también los tonos, que son esas cargas emocionales que alteran el significado de algunos vocablos, que son inofensivos si los examinamos solo en el diccionario. Sin embargo, el énfasis, la timidez, la euforia o la duda, en medio de esa carga sonora, salen a relucir modificando las definiciones generales, y todavía más si estas se acompañan con el lenguaje gestual: unos labios contraídos, un puño cerrado, una sonrisa espontánea, un dedo que señala, unos ojos adormecidos o una pierna cruzada. Todos los tipos de lenguaje, combinados a un mismo tiempo, crean nuevos significados.
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