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Griselda Romero (Agencia EFE)

Fenómenos ambientales adversos convierten los tecnicismos en lenguaje popular

Los continuos fenómenos meteorológicos adversos que están ocurriendo en España han acostumbrado nuestro lenguaje a nuevos términos —desde DANA a reventón térmico—, antes desconocidos o considerados tecnicismos, y ahora utilizados con frecuencia.

Ejemplo de esto han sido los precipitados descensos de aire de la pasada semana, asociados a reventones cálidos o térmicos, término que nos permite dar nombre al fenómeno responsable del trágico accidente del festival Medusa en Cullera, Valencia, en el que falleció un joven por el desprendimiento de elementos de un escenario en el recinto.

El término reventón, que invade ahora los medios de comunicación, hace referencia a una corriente descendente de aire, originada en el seno de una nube de tormenta, que baja «rápidamente» y se mueve horizontalmente sobre el suelo a lo largo de varios kilómetros, con un tiempo de vida de entre 5 y 30 minutos, definición que compartió en redes sociales el físico y meteorólogo de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) Juan Jesús González Alemán.

Por otra parte, se habla con total normalidad de las olas de calor, que han protagonizado este verano de 2022, batiendo máximos históricos, además de ser más tempranas, intensas y de mayor duración que años anteriores.

Las olas se diferencian de los episodios de altas temperaturas en que las primeras «duran más, afectan a zonas más extensas y alcanzan valores por encima de los normales», ha explicado a EFE el meteorólogo de Meteored José Miguel Viñas, autor del diccionario del tiempo y el clima Conocer la meteorología.

En consecuencia, han traído consigo noches tropicales o cálidas (con temperaturas que superan los 20 ºC), tórridas (cuando la temperatura no baja de 25 ºC) y en el caso más extremo y «extraordinario», se ha hablado de noches infernales o asfixiantes (si no baja de los 30 ºC), diferencia Viñas.

Estos altos valores de las temperaturas pueden propiciar —y así ha ocurrido este verano— la aparición de tormentas secas, término para referir a aquellas con lluvias «muy escasas o inexistentes», rachas fuertes de viento o caída de rayos, y que pueden dar lugar a un riesgo «muy alto» de incendios forestales, explicó a EFE el portavoz de la Aemet, Rubén del Campo.

En el caso de los incendios forestales —que han calcinado más de 220 000 hectáreas en España en lo que va de año, frente a la media de los último diez, de 54 381— se diferencia entre lo que son incendios activos (el fuego se propaga activamente y puede crecer libremente), estabilizados (evoluciona dentro de las líneas de control establecidas según previsiones y labores de extinción), controlados (se ha conseguido aislar y detener su avance y propagación) o extinguidos (no existen materiales en ignición en el perímetro y no se prevé su reinicio).

De igual forma, la situación de extrema sequía que azota España ha llevado a la población a conocer y familiarizarse con el estado de las cuencas hidrográficas españolas y sus embalses, a menos del 38 % de su capacidad, 20 puntos por debajo de la media de los últimos diez años.

En este sentido, la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), promovida por la Agencia EFE, distingue los términos desertización y desertificación, ambos procesos de transformación de un terreno en un desierto, que se diferencian en que el segundo se aplica cuando la causa de ese proceso es la acción del ser humano.

También la calima, que muy llamativamente tiñó España de naranja en marzo, y que ha seguido ocurriendo en pequeños episodios a lo largo de todo el verano, permitió explicar a la sociedad que se trataba de una entrada de polvo en suspensión procedente del Sáhara, que ocasiona reducciones en la visibilidad por la presencia de partículas secas y puede causar problemas respiratorios; en contraposición con la bruma o niebla, compuesta por partículas acuosas, según la Aemet.

Por último, cada vez son más familiares las depresiones aisladas en niveles altos (DANAS), término acuñado en memoria del meteorólogo Francisco García Dana, que describe «una bolsa de aire frío anclada y aislada cuyos efectos repercuten sobre el tiempo en la superficie terrestre», normalmente «recrudeciendo» la situación de calor, con un alivio de las temperaturas, acompañado de tormentas y lluvias.

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