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Milagros Sandoval/Javier Otazu (Agencia EFE)

Federico Corriente, el arabista que puso el árabe al alcance de los hispanohablantes

El entendimiento entre culturas entre el mundo árabe e hispano fue el objetivo vital del arabista Federico Corriente Córdoba, miembro de la Real Academia Española, fallecido este martes en



Zaragoza a los 79 años, y quien puso la lengua árabe al alcance de los hispanos.

Corriente, nacido el 14 de noviembre de 1940 en Granada, la que fuera capital del reino nazarí de Al Andalus, apostó por el diálogo, al que contribuyó con la autoría del emblemático diccionario español-árabe (cuya primera edición data 1970, por el Instituto Hispano-Árabe de Cultura) y el de árabe español (1977), unos ejemplares de tapas verdes que contenían mas de 30 000 palabras a modo de «puente nunca cortado entre las civilizaciones arábiga e hispánica», firmaba el autor en su prólogo.

En la víspera de su ingreso en la RAE, el 20 de mayo de 2018, durante una entrevista con Efe, Corriente se lamentaba de que tradicionalmente en todo Occidente «lo árabe islámico repugna un poco», lo que ha generado falta de conocimiento: «y cuando se está mal informado estás mas desarmado ante el que puede ser tu enemigo».

Con la experiencia de toda una vida dedicado al estudio del árabe, y después de vivir en Egipto y Marruecos donde ejerció la docencia universitaria, Corriente sostenía que hay un antagonismo entre Oriente y Occidente, y una mala comprensión entre unos y otros desde el punto de vista histórico.

Durante su toma de posesión del sillón K de la RAE, el académico, doctor en Filología Semítica por la Universidad Complutense de Madrid, hizo un discurso academicista sobre La investigación de los arabismos del castellano en registros normales, folklóricos y bajos.

Citó en aquella alocución palabras de herencia árabe como andrajo, droga, ademán, azar, ajedrez; modismos como troche y moche o trancas y barrancas o exclamaciones menos refinadas como jolín“.

También encontramos muchos arabismos, que generalmente venían pasando desapercibidos, por su carácter folclórico, en las canciones populares e infantiles, empezando por el mismo nombre de las nanas y su frase inicial «nana, nanita» (del árabe andalusí nám, nám, nám ínta ‘duerme, duerme, duérmete tú’) . Unas frases que pudieron ser enseñadas por las muchas niñeras moriscas empleadas por señores e hidalgos cristianos tras la Reconquista y después propagadas a todo el mundo.

Pero en esa fecha tan señalada, Corriente doctor en Filología Semítica, con una extensa carrera docente, que comenzó en la Universidad Muhammad V de Rabat, siguió como catedrático en la Universidad Dropsie de Filadelfia (Estados Unidos), continuó en la Complutense de Madrid y terminó en la Universidad de Zaragoza, criticó la «grave falta de empatía» con los vecinos «orientales o norteafricanos».

Aparte de su extensa contribución al entendimiento entre pueblos hermanados por la historia, su emblemático diccionario árabe-español, quedó como obra imprescindible en la biblioteca de cualquier amante del mundo árabe.

Ejemplares pirateados del Corriente circulaban por todo el mundo árabe y hasta hubo impresiones ilegales en Teherán que podían
encontrarse tan lejos como Marruecos, lo que indica que el famoso diccionario sirvió también, de modo inverso, para el aprendizaje del
español entre árabes e iraníes.

El arabista tuvo la original idea de ordenar su diccionario según la lógic

El nombre de Federico Corriente se suma a la lista de arabistas como Emilio García Gómez, Pedro Martínez Montávez, Carmen Bravo
Villasante, María Jesús Viguera o Gema Martín Muñoz, que jalonan una larga lista de quienes apostaron por los puentes idiomáticos como
primera vía para cualquier otro entendimiento, cultural o político.a del idioma árabe, cuyas páginas se leen de derecha a izquierda, y que además se abre por la izquierda, algo muy innovador en la materia en aquella época. A ello se suma que las palabras no aparecen en orden alfabético puro, sino referenciadas con su raíz y derivaciones.

Incluyó campos como la medicina, la física, las matemáticas, ingeniería, derecho e incluso filología así como un cierto número de
términos propios del español de América, en el que pretendía ser la primera piedra de un complejo edificio idiomático.

Su conocimiento del árabe, y particularmente del árabe antiguo, era proverbial, y entre sus cientos de alumnos se cuenta la anécdota —quién sabe si exacta o adornada con el tiempo— de que retaba a sus alumnos con preguntas sobre cuál era el término árabe para designar
«el látigo hecho con el nervio más largo de la cola del camello».

Entre los lamentos por el deceso del arabista en las redes destaca el de la historiadora y miembro de la Sociedad Española de Estudios Árabes, Virginia Luque, que escribe: «cuando en los noventa empezábamos a estudiar árabe por nuestra cuenta, lo único que había
en las librerías era un ejemplar verde de gramática con una cinta de cassette».

Luque añade que «no menos valioso por su valor etimológico es el Diccionario de arabismos y voces romances que no solo incluye arabismos en el castellano sino en otras lenguas romances como el gallego, el portugués, el catalán o el aragonés».

 

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