Poeta y lingüista, Ivonne Bordelois hizo la mayor parte de su carrera en el exterior. Ya jubilada y en la Argentina, su libro La palabra amenazada (2003) la convirtió en referente de una cruzada por el lenguaje. Allí criticaba la cultura comercial y masificante que transmite prejuicios sin delatarlos, que ejerce violencia sobre el impulso poético y vital de las palabras.
Discípula de Noam Chomsky, Bordelois dice que, a esta altura de su vida, ni siquiera su formación académica le pone límites. Por eso se anima a defender ideas como la del origen onomatopéyico de muchos términos, como palabras que surgieron de algún sonido asociado a lo que nombran. Esto desafía la teoría de la arbitrariedad del signo lingüístico postulada por Saussure y por su propio maestro del MIT. Es en palabras primigenias, como «amor» o «mamá», donde encuentra un origen relacionado con el amamantamiento en distintas lenguas. Algo de eso trata su nuevo libro Etimología de las pasiones.
En esa línea señala por ejemplo que en lenguas antiguas existía una relación entre la cólera y el deseo sexual. Y que «orgasmo» en inglés y en francés, además de «clímax sexual» significaba 'ataque de cólera, violencia'.
— ¿Cuál es el origen de esta asociación que hoy parece no existir?
— En muchas lenguas esa conjunción se produce: la cólera asociada al deseo sexual. Eso estaba como encapsulado en una sola semilla y hay indicios de que sigue existiendo. El lenguaje coloquial del erotismo siempre es muy violento. Por ejemplo: «la volteé», «I knock her down»; son todas metáforas cruentas. En lenguas distintas aparecen, sobre todo para la mujer, metáforas muy humillantes. Hay algo que persiste en esa unión de la cólera y el Eros. Hay algo en esa lucha de gladiadores que está presente en el lenguaje.
— Y en ciertos ámbitos, la agresión tomó connotaciones positivas; por ejemplo, «ser agresivo en los negocios».
— Si, pero en el español ser agresivo hasta hace poco era algo negativo. Cuando llegué a Estados Unidos, me impresionó que para recomendar a un candidato se dijera que era agresivo. Eso fue destilándose en el español desde el ingles. Hoy en día, tomar la iniciativa de una manera avasalladora se considera como apropiado para un hombre de negocios. Es algo típico de esta época.
— Los diccionarios son reveladores en cuestiones de género. Existe el «furor uterino» y no un equivalente para la violencia sexual del hombre.
— No se menciona a aquellos que van violando chicas por ahí, eso no tiene nombre. Se relaciona al hombre con lo racional y moderado, y a la mujer con el delirio, la manía y la histeria que tiene que ver con los ovarios. Actualmente el concepto de histeria está siendo reformulado, se considera que también es masculina, que su relación con los ovarios no existe. Da la impresión de que el lenguaje que hablamos viene de una sociedad matriarcal donde ideológicamente la mujer tenía más potencial sexual que el hombre. Esto se da vuelta cuando el patriarcado gana la batalla.
— Usted sostiene que muchas palabras se originaron en onomatopeyas, como «mamá», «amor», «love», todas relacionadas con la succión del amamantamiento…
— Yo no digo que sea todo onomatopeya, sino que hay un núcleo central que lo es. Cuando nace el hombre hablando, lo central es la onomatopeya, hablar por similitud con los sonidos producidos por los objetos que nombraba. Esto, con la expansión de la vida cultural, va perdiendo esa fuerza expresiva. El núcleo central es onomatopéyico y creo que habría que estudiar hasta dónde llega ese núcleo. En su origen los signos eran fuego, rayo, cuidado, animal, pantera, león. Tenían que ser cosas que protegían la vida, daban alimento, recordaban a la familia. Esto es una hipótesis.
— Es una hipótesis que va a contrapelo de los principios de la lingüística.
— Sí. Pero hay mucha gente que la ha defendido. Es que si uno olvida eso, no se tiene en cuenta algo muy central, es como estudiar al hombre y no reparar en que pasa nueve meses en el vientre de su madre. Es una hipótesis iluminista.