Estaba en la sala de espera, aguardando nervioso su turno para entrar en el estudio, cuando sus ojos se posaron en un cartel publicitario de Philips. Observó el anuncio, lo volvió a observar y tomó una decisión: a partir de ese momento se cambiaría el prosaico nombre Rafael por el mucho más sofisticado de Raphael.
El caso es que superó la prueba, grabó con Philips su primer disco y comenzó ahí su escalada hacia la fama.
Lo que Raphael probablemente no sabía entonces es que, al elegir cambiar la f de su nombre por ph, en realidad no estaba siendo moderno, sino profundamente anticuado. Por no decir directamente arcaico, absolutamente anacrónico.
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