Ahora mal: el uso de palabras haraganas, ésas que se impregnan en el muro del lenguaje como la humedad, esas palabrotas que resuenan y obtienen un lugar en el idioma por la sola razón de que nadie se toma un tiempo para elegir otra más pertinente, le parecen a Gilga una excrecencia idiomática.
Pescando en las tranquilas aguas de la red, Gil encontró un artículo de Federico Arango, subdirector de opinión de El Tiempo de Colombia.
Oigan esto: «Cada vez son más los que, pese a dominar la lengua de Cervantes, ven la necesidad de asistir a reuniones de trabajo con un diccionario inglés-español bajo el brazo como tabla de salvación para no naufragar en un mar de términos alquilados de la lengua de Shakespeare».
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