La propuesta del presidente Santos de «desescalar el lenguaje» no es una novedad. Recordemos algunos antecedentes recientes: en 1992, surgió una iniciativa periodística «cuando las palabras estaban cansadas de oficialidad, militarismo, delincuencia, tecnocracia y social-bacanería»; así evoca el lenguaje de la revista La Hoja su fundadora y directora, Ana María Cano.
En 2003, Héctor Rincón —padre de la misma publicación— llegó a la dirección de noticias de Caracol, con algunas propuestas de base: multiplicidad de fuentes, trabajo de géneros periodísticos y, oh sorpresa, énfasis en la palabra. «El lenguaje periodístico está allanado por la jerga de las fuentes informativas: militar, política, económica, deportiva», dice Rincón. En cuanto a las fuentes castrenses, señala: «Hay que desmilitarizar el lenguaje: estamos entregando un lenguaje guerrerista. No podemos servirles a los sectores del conflicto para que sigan cabalgando al anca nuestra, montándose en el protagonismo. Usándonos». En el momento en que no hablamos de Farc o de Eln sino de «Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia» o de «Ejército de Liberación Nacional», les entregamos «un trofeo» a los combatientes, les otorgamos un estatus. Nos convertimos en sus legitimadores.
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