El temor de cualquier ciudadano aumenta si lee en cualquier periódico de edición atropellada el siguiente apartado: «Un asalto fue perpetuado anoche en un sector comercial». Entonces, más que una preocupación por los constantes delitos, muchas personas ya experimentarán pánico al imaginar interminables actos contra los bienes y la integridad ajena; empezarán a concebir un mundo inundado por las transgresiones; el enclaustramiento será la única opción; la desconfianza, tristemente, funcionará como salvaguarda de su bienestar; la armonía y la socialización se archivarán en el recuerdo.
Y todo porque perpetuar significar eternizar. Es decir, el tal asalto se extenderá a la mañana, seguirá en la tarde, abocará de nuevo la noche, y así cubrirá todos los tiempos, por los siglos de los siglos. Será un asalto ¡interminable, eterno!
Esa situación (ficticia: no hay por qué temer) surge cuando se confunden no solo perpetuar con perpetrar (este sí término preciso para la situación descrita), sino otras parejitas de palabras que también guardan similitudes de escritura y pronunciación, y se califican de parónimas.
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