«No es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, porque no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo», avisaba el insigne Camilo José Cela, Premio Nobel de literatura en 1989, ejemplificando una vez más las fuertes raíces que unen al castellano con el amplio abanico de palabras malsonantes que posee. La riqueza de nuestro idioma, unido al sutil uso de la ironía que maneja la sociedad, ofrece un terreno abonado para la proliferación de lo que también se conoce como tacos. Un reguero de términos que nos acompañan casi diariamente sin que podamos o queramos hacer nada para evitarlo.
Pancracio Celdrán, autor de la obra El gran libro de los insultos, publicado por la editorial La Esfera, donde quedan recogidos alrededor de 10 000 improperios, pone el foco en la larga tradición que atesoran, «entre las voces del léxico, en cualquier idioma, destacan los adjetivos de valoración: malo, bajo… incluyendo en sus épocas muy formativa de las lenguas los insultos. De hecho, estas voces críticas se encuentran entre las más antiguas. En castellano insultos como fementido, felón, vil o villano pueblan los primeros monumentos literarios: Poema de Mío Çid, Auto de los Reyes Magos».
[…]
Leer más en abc.es