No es de extrañar que, cuando en plena guerra civil, la autoproclamada España Nacional cifraba su objetivo en el lema «Por el Imperio hacia Dios», evocara a cada paso, sacándola de contexto —era, en realidad, un viejo tópico latino—, la frase de Nebrija en el Prólogo–Dedicatoria a la Reina católica de su Gramática sobre la lengua castellana: «siempre la lengua fue compañera del Imperio». La verdad histórica es que el mismo Emperador Carlos que en 1536, plantando cara en Roma al embajador francés, proclamaba la nobleza de la lengua castellana —«merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana»—, se mostraba liberal en cuestiones lingüísticas tanto en el Nuevo Mundo como en Europa. En su corte se hablaban varias lenguas, y él como buen borgoñón, pronunciaría su discurso de abdicación en francés.
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