Nuestro lenguaje tiene más vida que un ser vivo. Existe, tiene pasado, con pedigrí o de origen oscuro, tiene normas más o menos claras. Se ha aliado con otros lenguajes y los ha pervertido o se ha dejado pervertir por ellos. Dispone de protectores, investigadores y la ilusas academias que rigen sus usos y aceptan o rechazan formas y vocablos. Hace diez años había cerca de 500 millones de personas que lo hablaban. Digo nuestra lengua, porque la nuestra es tan viva que todavía hay gente que no se decide a llamarla castellano o español. Unos la reconocen por su origen y los otros, por sus razones políticas y administrativas. Yo creo que español es un buen nombre, porque refleja que todo lo del hombre está dominado por la política, por la razón o por la fuerza.
El cuarto Festival de la Palabra, que se celebrará este año, bajo la responsabilidad de los Amigos del Instituto Caro y Cuervo, versará sobre «el lenguaje en su laberinto». Esta edición del festival se centrará en ilustrar, ya que es imposible resolver, en qué encrucijada nos encontramos con el lenguaje y en especial el que hablamos, transformamos y mal usamos en este país.
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