En 2015, una de cada 113 personas del planeta era refugiada, solicitante de asilo o desplazada interna, según las cifras del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), una crisis humanitaria sin precedentes que para los implicados ni siquiera termina con los papeles del visado.
Aunque los destinos más habituales de quienes se ven forzados a abandonar sus casas son los países cercanos, la política de puertas abiertas de Argentina convence a muchos de entre los pocos que, aún en esas condiciones, tienen los medios para pagarse un billete de avión de larga distancia.
Una vez en el Cono Sur, a las dificultades burocráticas se les suman otras, como la imposibilidad de conseguir un trabajo o de estudiar si no hablan español.
Por ello, desde hace más de una década, ACNUR, la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Fundación Comisión Católica Argentina de Migraciones (FCCAM) ofrecen cursos gratuitos de castellano con acento argentino, especialmente pensados para que este colectivo que aumenta cada día supere la principal barrera cultural que encuentra en su nueva vida.
Estamos en una de esas clases y toca conjugar el verbo «me gusta», explica la profesora, Sandra Sgarbi, y las respuestas de sus internacionales alumnos no pueden ser más del Río de la Plata: Boca Juniors, el dulce de leche, el mate…
«Argentina fue un sueño para mí porque yo amo, me gusta mucho mucho Argentina. Había dificultad en mi país, Haití, yo vengo aquí para vivir tranquilo», cuenta a EFE Roland, solicitante de asilo en Argentina, en un buen castellano tras apenas un mes de clases.
«Cuando termino de hablar español voy a estudiar en la universidad, pero ahora no estoy listo», agrega.
Charles, otro alumno, era ingeniero en telecomunicaciones en la República de Ghana hasta que, para salvar su vida, se vio obligado a montarse en un avión, junto a un amigo, con rumbo a Cuba. Allí no le dejaron quedarse y, después de muchas dificultades, acabó en Argentina hace un mes, pese a que no estaba en sus planes.
«Quiero vivir y trabajar aquí, pero si no sabes español, no puedes hacer nada», dice Charles a EFE, en inglés.
«Vine acá para estudiar porque en mi país hay tantos problemas…» comparte en español Pierre, otro estudiante procedente de Haití.
Ocho meses después de haber solicitado asilo en Argentina y tras seis en las clases de español, su objetivo es encontrar una nueva «profesión» ya que le es imposible trabajar de traductor de inglés como hacía en su país.
En concreto quiere estudiar Medicina en la UBA, considerada una de las mejores universidades de Sudamérica.
Las nacionalidades predominantes van variando «de acuerdo al contexto internacional —explica a EFE la profesora—, por ejemplo, ahora de Siria y Ucrania hay muchos».
También las edades son variadas: «podés tener desde menores hasta ancianos, a veces viene toda una familia como padres con tres o cuatro hijos» indica Sgarbi.
Para esta profesora, estas clases «no son tan diferentes de otras» salvo «quizás la urgencia de socializar, de insertarse en la sociedad», que hace que como docente enfoque «no solo a lo lingüístico sino también más a cuestiones sociales, cómo moverse… cosas bien culturales para que ellos puedan desenvolverse en nuestra sociedad».
En 2015, Argentina acogió 111 refugiados, en 2014 fueron 92 y en 2013 aumentó la cifra a 286, según datos de la Dirección Nacional de Migraciones. Pese al marco legislativo amable, las posibilidades de desarrollar una vida van más allá de lo legal.
Para Juan Pablo Terminiello, responsable de la Oficina Legal de ACNUR, las dificultades pasan por temas como que el sistema de reconocimiento de los títulos educativos no está adaptado o que el mercado inmobiliario exige muchos requisitos a los extranjeros pero, sobre todo, que el castellano se hace imprescindible para conseguir trabajo o estudiar.
«Son dos caras de la moneda, por un lado tienen un marco general bastante generoso porque hoy día que un país acepte a los refugiados, los documente, les garantice el acceso a la salud… no es algo que se pueda decir de todos», explicó a EFE Terminiello, antes de resaltar el dato «alentador» de que, en Argentina, pese a las dificultades, la tasa de retorno no es muy alta.