Don Miguel de Unamuno llama «la sangre del espíritu» a la lengua, y Heidegger la denomina «morada del ser». Gabriela Mistral decía que «la lengua es la segunda posesión nuestra después del alma, y tal vez no tengamos ninguna otra posesión en este mundo».
Es que, en efecto, el lenguaje es el medio que hace posibles todos los logros del ser humano. Sin él, nada de lo que este ha pensado o inventado podría haberse conservado o transmitido. El lenguaje conserva la herencia cultural de los pueblos. Por esto, a la lengua se la ha llamado también «biografía de las naciones», «espejo de la civilización», «depósito de la cultura».
La lengua constituye el más preciado patrimonio cultural de una nación: de ahí la obligación de preservarla y resguardarla. Para ello existen los entes rectores que son las academias de la lengua, cuya misión es mantener su unidad y dictar sus códigos normativos, tales como la gramática, la ortografía, los diccionarios (el diccionario oficial y el Diccionario panhispánico de dudas).
El más reciente de esos códigos normativos es la vigesimotercera edición del Diccionario de la lengua española, presentada el pasado 17 de octubre en la sede de la Real Academia Española, en Madrid. La ceremonia fue presidida por los reyes de España, el ministro de Educación y el director de la Real Academia. El académico Pedro Álvarez de Miranda fue el encargado de dirigir la edición de este diccionario, que conmemora el tricentenario de la institución.
Se trata de un diccionario renovado y actual, menos sexista y más americano.
Reflejo de la sociedad. Entre los rasgos que lo caracterizan cabe destacar su marcado carácter panhispánico. Veintidós academias trabajaron al unísono durante trece años en esta obra y aprobaron por consenso 93 111 entradas y 195 439 acepciones, además de unos 19 o00 americanismos.
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