Ahí está fútbol, por ejemplo, que viene de football y se instaló con naturalidad mediante su adaptación como voz llana en España y aguda en América. Se aportó en su día la alternativa balompié, y quedó acuñada en nombres como Real Betis Balompié, Albacete Balompié, Écija Balompié, Riotinto Balompié… o Balompédica Linense; pero la palabra fútbol acabó ocupando ese espacio y dejó balompié como recurso estilístico y tal vez como evocación de otras épocas.
Fútbol, eso sí, llegó a donde no había nada. Además, abonó su peaje; se supo adaptar a la ortografía y a la morfología de nuestro idioma, y progresó por él: futbolístico, futbolero, futbolista… Y venció ante una alternativa formada, sí, con los recursos propios del idioma pero que llegó más tarde.
Sin embargo, nos invaden ahora anglicismos que tenían palabras equivalentes en español: cada una con su matiz adecuado a su contexto. Ocupan, pues, casillas de significado donde ya había residentes. Y así acaban con algunas ideas y con los vocablos que las representaban. Se adaptarán quizás al español en grafía y fonética, pero habrán dejado antes algunas víctimas.
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