Y a la RAE, guardiana de las buenas costumbres entre las palabras, no le gustaba nada la relación amorosa entre un adverbio y un posesivo.
Y no por una cuestión homofóbica, no. Las relaciones entre palabras del mismo sexo estaban bien vistas en la vieja institución. Era una cuestión de categoría, de clase. Normas sociales que no podían romperse por el mero capricho sentimental, romántico y ñoño de dos amantes.
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