Me es obligado, y lo hago con sumo placer, reconocer el gran esfuerzo de la ANLE y sus excelentes resultados en muchos campos: investigaciones lingüísticas, presencia en los foros más importantes, asistencia especializada, creación de contenidos digitales y un etcétera muy largo.
Los ilustres fundadores, exiliados muchos de ellos, decidieron que nuestro escudo fuera el busto de Cervantes rodeado de las palmas académicas; es difícil imaginar mejor imagen. Con él la prosa en lengua española alcanzó una cumbre universal, absoluta, de la misma manera que con los versos de Sor Juana Inés de la Cruz. He conocido a dos directores de la ANLE: Odón Betanzos Palacios y nuestro director actual Gerardo Piña-Rosales (ambos andaluces). Los dos coinciden en una trayectoria ejemplar al servicio del español. Los dos poseen una sensibilidad especial y una entrega absoluta a la difusión, conocimiento y defensa de nuestra lengua. Odón se marchó a los cielos de su Rociana natal y Gerardo sigue pilotando nuestra Academia con pericia.
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