El idioma es un ser vivo: no hay duda. Y el nuestro, el castellano, goza de muy buena salud. Con achaques, como todos los que pasan de cierta edad. Y víctima de atropellos: no todos cuidan el cuerpo en el que habitan ni consienten las palabras con las que se comunican.
Pero crece nuestra lengua, se multiplica, se transforma. Hay palabras y expresiones que mueren, que dejan de usarse, que pasan al olvido: pocos hablan ya de la máquina de retratar, por ejemplo, que tanto me gustaba. Y casi nadie habla de anaquel. En cambio, nacen palabras o modifican su sentido, y normalmente deben esperar decenas de años para que la academia las acepte y les dé la bienvenida. (…)
¿Han notado que desde hace unos pocos años la palabra vecino ha escapado a los límites que no le permitían ir más allá de su significado original, el de ser la persona que vive en la casa de al lado o al menos en el mismo barrio?
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