El protagonista de Rayuela, Horacio Oliveira, hace «juegos en el cementerio» con un Diccionario de la lengua preparado por la Real Academia Española. En la tapa de ese libro, Oliveira ha raspado la palabra real. Más que antimonárquico, este raspado es surrealista, como su juego: componer frases locas con palabras raras. «Hartos del cliente y sus cleonasmos, le sacaron el clíbano y el clípeo y le hicieron tragar una clica».
Ese cementerio, donde Julio Cortázar permite que jueguen Oliveira y sus amigos, no es sino el mismo diccionario del que ellos exhuman palabras aparentemente muertas para reanimarlas entremezclándolas. «Luego le aplicaron un clistel clínico en la cloaca, aunque clocaba por tan clivoso ascenso de agua mezclada con clinopodio…».
—«Joder, dijo admirativamente Oliveira. Pensó que también joder podía servir como punto de arranque, pero lo decepcionó descubrir que no figuraba en el cementerio».
Triste decepción que Oliveira se habría evitado si, en lugar de emplear para sus necrofilias lingüísticas una edición hoy antigua del diccionario, hubiese podido consultar las posteriores a 1984, ojalá la vigesimotercera entrega aparecida hace unos días. En estos léxicos sí se incluye la palabra joder, y ahora viene con dos usos nuevos («¡hay que joderse!», por ejemplo).
Más contento que su personaje quedaría Cortázar, seguramente, si con esta nueva edición se extinguiera la costumbre inexacta de llamar a este libro DRAE (Diccionario de la Real Academia Española), y empezara a ser conocido por su sigla propia: DILE (Diccionario de la Lengua Española). Así, aquella palabra Real, que Oliveira raspó en la tapa de su diccionario por puro surrealismo, desaparecería de su abreviatura.
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