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Agencia EFE

De lo antiguo de la palabra «vida» al origen polinesio de «tabú»

La palabra «vida» tiene una de las etimologías más antiguas mientras que «tabú» surgió en 1777 en Polinesia, dice la autora Andrea Marcolongo, que viaja en un ensayo al origen de 99 palabras y asegura, en la era de lo políticamente correcto, que «los tabúes no están en el ADN del lenguaje».

«Etimologías para sobrevivir al caos. Viaje al origen de 99 palabras», editado por Taurus, es el título del libro en el que Andrea Marcolongo (Milán, 1987) explora las raíces y viaja con una serie de palabras que, explica, no ha ordenado alfabéticamente como si fuera un diccionario ni un manual académico.

«No son las palabras más antiguas, ni las más necesarias hoy en día, ni las que están en peligro», asegura la autora en una entrevista con EFE: vida, poesía, libertad, migrante, soledad, guerra, fantasía, culpa, celos, viaje, tiempo… son algunos de los términos de los que habla Marcolongo.

«Vivimos en una época plana y banal y las palabras son síntoma de ello. Por eso le falta el aire al lenguaje», dice la escritora, para quien regresar al origen de las palabras es «volver al aire puro de la forma de pensar» de los pueblos latinos.

En su libro, Marcolongo critica como en la actualidad vivimos «en plena dictadura de lo “políticamente correcto” so pena de acabar en la picota de la primera red social que quiera ponernos en ella».

Aunque considera que en la actualidad el lenguaje de «lo políticamente correcto» tiene razón de ser para no ofender, destaca que no puede ser el objetivo final, sino que la sociedad debe cambiar las cosas de tal manera que no sea necesario.

La palabra «tabú», explica, procede de la palabra local «taboo» de la isla Tonga, en Polinesia, donde fue escuchada por primera vez por el explorador James Cook, que la registró en su cuaderno con el significado de «inviolable» o «prohibido». Desde entonces ha pasado a formar parte de muchas lenguas para designar una prohibición, no tanto de hacer sino de decir. Pero «los tabúes», sostiene, «no están en el ADN del lenguaje».

En cambio, sí está en el ADN de las palabras «la naturaleza de estar vivos» indica la autora.

Por ello, la palabra «vida», primero indoeuropea y luego panrománica hasta extenderse a las lenguas germánicas y eslavas, tiene una de las etimologías más antiguas «pues desde hace miles de años los seres humanos tienen necesidad de expresar con palabras la condición de estar vivos para huir del mayor de sus peligros, la muerte».

Sobre la «libertad», Marcolongo retrocede en el tiempo hasta una pequeña isla del Egeo meridional  habitada  por los melios en el 416 a. C., pueblo que se opuso a la ocupación ateniense durante la guerra del Peloponeso. Tanto «libertas» en latín como «eleutheria» en griego son palabras que derivan de una antiquísima raíz indoeuropea «leudhero»: «aquel que tiene derecho a pertenecer a un pueblo».

Una de las curiosidades que pone de manifiesto en su libro es que las palabras «pasión» y «paciencia», aunque parezca extraño, etimológicamente hablando son casi sinónimas: del griego «páskho», que significa al mismo tiempo ‘sufrir’ y ‘experimentar’, se pasa al latín «patior» y de ahí al sustantivo «passio».

«Lo que nos recuerda —dice Marcolongo— que se necesita “paciencia” (y cierta dosis de esfuerzo) para vivir plenamente una “pasión”».

Una palabra tan «oscura» como «guerra» (en italiano usada desde el siglo XII y en español desde el siglo XI) tiene, según la escritora, un origen «banal y vulgar». Se trata de un préstamo germánico medieval que habla de «pelea entre bandas de baja estofa», sin ninguna raíz indoeuropea, ni griega ni latina.

«Odio» es otro descubrimiento interesante para la autora, a pesar de que su origen indoeuropeo no está precisado todavía: puede remitir tanto a la «repulsión» hacia otro o, en base a su raiz «od/ed» se asocia a «roer» y «corroer»: «el odio incita a sentir una aversión tan fuerte que nos corroe por dentro». Un origen que estaría también en la Odisea y Ulises, porque fue el «odiado por Poseidón».

Marcolongo advierte contra la pereza verbal porque, sostiene, es signo de pereza intelectual. Y apuesta por poner en valor la «historia única» que tienen las lenguas latinas que permiten a los pueblos que las utilizan «pensar, y no solo hablar» con los mismos valores.

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