«Sólo un exceso es recomendable en el mundo: el exceso de gratitud». Ya avisaba en el siglo XVII el escritor y moralista francés, Jean de La Bruyère, sobre la existencia de algo mágico, común a cualquier ser humano con independencia de su raza, clase social o condición, que establece la barrera del agradecimiento. Dar las gracias no cuesta dinero, tampoco hacen falta unos conocimientos previos, ni mucho menos es necesario pedir permiso para ello. Olvidando que la vida se construye mediante una cadena universal de favores, no hay persona, por desaprensiva que sea, que no haya correspondido una acción de la forma más inocente que hay. Sin embargo, para comprender la complejidad de una cosa tan elemental, nos hemos propuesto bucear en el origen de su significado, en la procedencia de la palabra más mágica que posee el diccionario.
La vigésima tercera edición del Diccionario de la Real Academia Española, presentada el pasado mes de octubre, otorga hasta dieciséis acepciones para el vocablo «gracia», dos más que su antecesora del 2001. Aunque al frente de este listado se sitúa su significado más universal y el que nos atañe en este caso, (‘cualidad o conjunto de cualidades que hacen agradable a la persona o cosa que las tiene’), también recoge otras definiciones tan dispares como el conocido ‘derecho de gracia’ (‘perdón o indulto de pena que concede el poder competente’), la acción de resultar simpático a alguien (‘capacidad de alguien o de algo para hacer reír’) o el valor que atañe llevar a cabo una difícil empresa (‘proeza, hazaña, mérito’).
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