«¿Angela Merkel es canciller o cancillera?». La pregunta suscita una perenne controversia, que va más allá de lo lingüístico. «¿Debe un diario esperar a que la Academia le dé permiso para usar la palabra cancillera?», cuestiona la filóloga Eulàlia Lledó. «Hubo quien estaba en contra del cambio cuando se empezó a decir ministra», añade. Lledó defiende que «se nombre» a lo que existe y que se modifique aquello mal nombrado, como las definiciones del Diccionario de la RAE con carga sexista. Tanto ella como la catedrática de Lengua Española Esther Forgas ofrecen abundantes ejemplos. Ambas, junto a Ángeles Calero, elaboraron un informe sobre el sexismo y el racismo en el Diccionario, encargado por la misma Academia que lo ignoró luego en buena medida.
Ayer, en el seminario Mujer y lenguaje en el periodismo español, organizado por la Fundación San Millán de la Cogolla y Fundéu BBVA (Fundación Español Urgente), se citó repetidamente el trabajo. Lo hicieron las autoras recordando algunos ejemplos extraídos de las 28.000 entradas que revisaron (padre es el varón o macho que ha engendrado / madre es la hembra que ha parido) y lo hizo el director de la RAE, Víctor García de la Concha: «Les hicimos mucho caso, nos paramos donde nos parecía que querían que la Academia se hiciese feminista militante». Fuese por el foro, entre el que se encontraban las autoras del estudio, o por convicción, reconoció: «Podíamos haber hecho más caso». Algunas de las 51.000 enmiendas hechas al Diccionario —en la web se han actualizado 17.000— corrigen el tono discriminatorio (no todas tienen que ver con el sexismo). Por ejemplo, la palabra «gozar» dejará de significar en su tercera acepción «conocer carnalmente a una mujer» y se sustituirá por «tener relación sexual con una persona». Pero aunque el Diccionario esté cambiando, las transformaciones no deben forzarse, según García de la Concha, que recurrió a la obra de Suetonio Vida de los 12 césares para recordar la puntilla que da un gramático a un adulador de Julio César. «Tú, César, puedes dar ciudadanía a las personas, pero no a las palabras».
Un parecer similar defendió el director de la Academia Chilena, Alfredo Matus, al señalar que las lenguas son «un termómetro de la realidad». «Es absurdo actuar sobre los síntomas y no sobre la fiebre misma», agregó. Pero hasta alguien tan ajeno a la gramática como el presidente del BBVA, Francisco González, abogó por mostrar «elasticidad para incorporar el cambio» sin renunciar a «la unidad de la lengua».
En la perpetuación de usos discriminatorios o en su cambio juegan un papel esencial los medios de comunicación. «Los periodistas trabajamos en las fronteras del lenguaje, los nuevos femeninos nos obligan a elegir: ¿cónsul o cónsula?, ¿aprendiz o aprendiza?», inquirió el presidente de la Agencia Efe, Álex Grijelmo, que recordó que había nombrado a la «primera gerenta» de la historia de la agencia y suscitó tales disquisiciones la feminización del término que las zanjó con un ascenso. «La nombré directora general», bromeó.
Los medios ayudan a construir usos lingüísticos y estereotipos. Varios de los participantes en el seminario han analizado el tratamiento de la imagen de la mujer en publicaciones. El traductor Ibai Aramburuzabala estudió el machismo en las revistas masculinas. «Se habla de las mujeres como algo para el disfrute visual, con una connotación sexual», sostiene. Juan Plaza, profesor de Comunicación, diseccionó revistas para las jóvenes. Concluyó que, bajo un manto de modernidad, se ofrece un discurso viejo: «Las chicas no son nadie si no tienen a un chico al lado, tienen que estar guapas y delgadas y se habla de románticas relaciones que no son reales».
Y en otras ocasiones están ausentes. La directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel, citó un informe europeo que revelaba los desequilibrios de género en los medios en 74 países. «Los hombres están tres veces más en las fotos de los periódicos que las mujeres, y en televisión sólo se nos da la palabra el 32 % del tiempo», criticó. «Hay una sociedad con ese ADN y se nos incrusta», lamentó la periodista chilena Mónica González, antes de su conversación con Montserrat Domínguez.
¿Y hay que forzar los cambios?, se preguntan en una de las mesas del seminario. Los académicos creen que no. Filólogas como Eulàlia Lledó opinan lo contrario: «La realidad cambia la lengua, pero también el hecho de usar la lengua de una manera determinada hace aflorar cosas que de otra manera no aflorarían».