Publicado por Espasa, este libro demuestra que la lengua «es un volcán en constante ebullición» y rastrea los sorprendentes cambios experimentados por una serie de términos, algunos de plena actualidad y otros ya en desuso, pero siempre “muy interesantes”, asegura Gil en una entrevista con Efe.
A más de uno le sorprenderá saber que, en la época en la que las misas se decían en latín, la expresión in diebus illis (en aquellos días) acabó convertida en busilis; que hubo un tiempo en que mamotreto significaba ‘criado por su abuela’; que fetén es un término caló, que pánfilo remite al nombre propio latino Pamphilus, que tanga procede del idioma tupí o que zombi podría tener su origen en África.
Académico de la Lengua y pionero de los estudios de latín medieval en España, Gil llama por ejemplo la atención sobre la palabra asesino, que tanto le debe al árabe hassasin (‘adictos al cáñamo indio, es decir, al hachís’) desde que, en el siglo XI, los seguidores del líder Hassam e-Sabbah, del grupo chií ismailí de los nizaríes, asesinaban a sangre fría tras ingerir una poción elaborada con cánnabis.
En la renovación del léxico influyen numerosos factores, desde los fonéticos (respeto y respecto tienen la misma etimología; llaga y plaga provienen de la misma raíz) hasta los cambios que ha experimentado el atuendo, visibles en voces como bikini, bragas, corbata, pamela, rebeca o la ya citada tanga.
A su vez, pamela y rebeca reflejan hasta qué punto algunos nombres propios pasan a ser comunes. La primera se debe al característico sombrero de amplias alas que lleva la protagonista de la novela Pamela, o la virtud recompensada, de Samuel Richardson, y la segunda, a la chaqueta de punto que vestía la actriz Jean Fontaine en la película Rebeca, de Hitchcock.
Y una constante a lo largo de la historia, comenta Gil, catedrático de Filología Latina de la Universidad de Sevilla, es que el extranjero es mirado «siempre con recelo» y a veces «con desprecio», y así lo refleja la historia de bárbaro, bujarrón, esclavo, flamenco, gabacho o yanqui.
Si hoy en día hay «una invasión» de anglicismos, en el XVIII el idioma dominante era el francés y de esta lengua proceden palabras como popurrí, acoquinar o sabotaje.
En el castellano abundan los préstamos de otras lenguas. Del japonés proceden, por ejemplo, harakiri y la más reciente tsunami. «¿Quién hubiera dicho que tsunami acabaría, hoy por hoy, sustituyendo a maremoto?», se pregunta Gil, director de este libro en el que las labores de redacción y documentación han corrido a cargo de Fernando de la Orden.
Del neerlandés procede flamenco y del italiano fascista viene facha, pero, en un elevado porcentaje, la mayoría de las voces castellanas provienen del latín y del griego, dos lenguas que, «desgraciadamente», cada vez tienen menos presencia en los planes de enseñanza, dice Gil.
«Se debería fomentar el estudio etimológico entre los más jóvenes, porque eso les ayudaría a conocer mejor su propio idioma», afirma este experto en la historia de Cristóbal Colón.
El desconocimiento del latín causaba estragos también en el pasado, como lo refleja el ya mencionado busilis, que significa ‘punto en que estriba la dificultad de una cosa’ y que tiene su origen en la expresión in diebus illis.
De la misma forma, cuenta Gil, «el pueblo iletrado creyó reconocer en el da nobis hodie (danos hoy) del padrenuestro una hipotética dama: doña Bisodia», y todo por un falso corte de palabras: dano bishodie.
El sustantivo adefesio, que actualmente significa ‘persona o cosa ridícula o de gran fealdad’, tiene uno de los orígenes «más sorprendentes del léxico español», asegura Gil.
En el siglo XVI, «hablar ad Ephesios» tenía el significado de ‘inútilmente, disparatadamente’, dado lo improductivo de lo que predicaba San Pablo.
O, como decía Unamuno, porque a los novios «les entran por un oído y les salen por otro las recomendaciones que se dan sobre el matrimonio» en el capítulo quinto de la famosa epístola.
En 300 historias de palabras (el título es un guiño a los trescientos espartanos que combatieron contra Jerjes en las Termópilas) se critica también la afición de los políticos a los eufemismos. «La verdad duele y quita votos», concluye Gil.