«Si para ganar unas elecciones hay que mentir, tenemos un sistema estropeado porque inmediatamente después de acceder al poder empezarán a verse las mentiras que se han dicho y el político quedará automáticamente desautorizado», afirma Villanueva en una entrevista con Efe, que tiene lugar en la sede de la Agencia.
En este encuentro, Villanueva (Villalba, Lugo, 1950) habla de los seis meses y medio que lleva al frente de la Academia, «muy intensos»; asegura que «no tiene ningún sentido un Diccionario censurado» y no se plantea siquiera la hipótesis de que la RAE pueda desaparecer debido a las dificultades económicas.
«Sería una verdadera catástrofe que desapareciera una institución que ha sobrevivido trescientos años, con todo lo que ha pasado en este tiempo; una institución que está hermanada con las otras Academias de la Lengua Española y que contribuye de manera muy decidida al mantenimiento de la unidad del idioma», dice Villanueva, que fue elegido director de la RAE en diciembre de 2014 y que asumió su cargo un mes más tarde.
En estos meses, ha dedicado buena parte de sus esfuerzos a tratar de solventar la difícil situación económica de la RAE, que en los últimos cinco años ha visto recortada «en un sesenta por ciento» la asignación del Estado y que asiste con preocupación al descenso de las ventas de sus grandes obras: el Diccionario, la Gramática y la Ortografía.
La 23.ª edición del Diccionario en papel se publicó en octubre de 2014 con numerosas novedades, pero aún no se puede consultar en internet (sí está disponible la 22.ª edición) porque continúan abiertas las negociaciones para encontrar patrocinador.
«Las cosas van bien encauzadas, aunque hay que tener mucha discreción al respecto. Yo espero que muy pronto haya muy buenas noticias. Tenemos conversaciones muy avanzadas con entidades solventes a las que les interesa aparecer como patrocinadoras del Diccionario en línea», comenta el director.
La Academia prefiere «un patrocinador único», y las negociaciones van encaminadas a ese tipo de financiación.
Ser director de la RAE «lleva aparejada» la presidencia de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE) y eso «exige mucha atención» porque estas 22 instituciones realizan «un trabajo coordinado panhispánico».
Muy pronto habrá 23 academias encargadas de velar por la unidad del español. La RAE ha dado «los pasos para la construcción de la Academia Ecuatoguineana de la Lengua Española» y ha nombrado «el último cupo de académicos correspondientes», señala.
Villanueva opina que cualquier gobierno, sea cual sea su color político, debería tener «siempre muy presente el enorme valor» de la labor que desarrolla la RAE, «un activo fundamental para nuestro país».
«Evidentemente, el español hoy no es propiedad de los españoles, y si aplicamos exclusivamente un criterio demográfico, nosotros representamos aproximadamente el diez por ciento de la población hispanohablante del mundo», comenta.
Pero tampoco hay que olvidar que la RAE es la que tiene «una capacidad mayor, con sus recursos humanos y tecnológicos, para producir los grandes códigos del idioma (Gramática, Ortografía y Diccionario) y trabaja en plano de absoluta solidaridad y fraternidad con el resto de las Academias. Pero, dentro de ello, ejerce un papel de liderazgo que a España la enriquece como nación».
Para este experto en Literatura Comparada, «es evidente» que los políticos deberían cuidar más el lenguaje y ser más sinceros.
«Decir la verdad tiene que ser en política un instrumento de convicción del electorado y debe granjear confianza hacia aquel que pide ser votado», indica.
Hace unos años, Villanueva publicó un artículo en el que demostraba que los discursos de la campaña electoral de Barak Obama «estaban regidos por los principios de la retórica griega, y eran admirables. Obama es un gran orador», asegura.
«Es triste escuchar a un político balbuceante, que no habla de manera precisa o que lo hace mediante frases hechas, tópicos o mediante eso que llaman argumentario, que son como mantras que se repiten».
Y es «totalmente deplorable el papanatismo de algunos políticos por utilizar términos en inglés sin ton ni son, lo cual indica como una especie de entreguismo, casi colonialista», hacia esa lengua.
Pero, en su opinión, «lo peor que puede ocurrir es encontrarnos con un político que no se da cuenta de la importancia que tiene la lengua para su oficio; es como si fuese un mecánico que desprecia las herramientas con las que trabaja en los automóviles», subraya.