El seminario ha estado dividido en tres mesas redondas, articuladas en torno a los tres protagonistas del escenario económico y social actual: economistas, medios de comunicación y ciudadanos.
Economistas
La primera idea que se puso de manifiesto en el seminario fue que es útil que el experto en economía participe en el debate público. Los economistas tienen que dar más información a los ciudadanos para que estos, desde el conocimiento, puedan exigirles a los políticos que trabajen para el bien común y no para incrementar su número de votos.
Ahora bien, el lenguaje de la economía no es sencillo: para empezar, esta ciencia trabaja con modelos parciales que no siempre son generalizables y es prácticamente imposible hacer predicciones.
Además, la jerga económica, con sus tecnicismos y extranjerismos, no es la única que interviene a la hora de conformar el mensaje económico, hay otros códigos, como el institucional y el europeo, que vienen a entremezclarse y a añadir complejidad.
Esta amalgama de códigos tan dificultosa se emplea, sin embargo, porque de lo que se trata es de asegurar la integridad del mensaje, de estar diciendo lo que se quiere decir. La clave está, después, en compartir, desde las instituciones, los códigos para que los medios de comunicación, que actúan como interlocutores, puedan entenderlo.
Periodistas
Para los profesionales de la comunicación, es innegable que la crisis nos ha dado un vocabulario muy rico, pero hay que estar alerta: hay palabras que tienen la vocación de engañar y es obligación del periodista detectarlas.
Muchos supuestos expertos no lo son en realidad y muchos de los que verdaderamente lo son, sencillamente, no supieron ver la crisis. En las redacciones se necesita, por supuesto, al experto en economía, pero la democracia consiste en poder pedirles responsabilidades tanto a los expertos como a los Gobiernos. En ocasiones la economía se percibe, más que como una ciencia, como un lugar donde se enfrentan las ideologías.
Los medios son quienes tienen la obligación de hablar claro y de llamar a las cosas por su nombre. Nunca como hasta ahora ha sido tan demandada por la ciudadanía una explicación de lo que está pasando.
Lingüistas
En el ámbito puramente lingüístico la crisis nos ha dado creaciones léxicas (austericidio, copago, repago, bonos basura), préstamos (escrache, corralito, troika), metáforas (burbuja inmobiliaria, mareas blancas o verdes), oxímoron (crecimiento negativo) y una superabundancia de siglas. También figuras de ocultación, que tratan de enmascarar la realidad y que conectan con los tabúes (el nombre de Bárcenas o la palabra rescate). Se ha recurrido además a técnicas propias de la propaganda (la repetición y la persuasión), a los llamados factoides («La culpa es del anterior Gobierno»), los topoi y las tautologías («Haremos lo que tenemos que hacer»).
Otro de los recursos más empleados en el lenguaje de la crisis son los sustitutos eufemísticos, la utilización de expresiones que se creen menos ofensivas que la forma a la que sustituyen y que sirven para proteger la propia imagen (ajuste por despido, o flexibilización del mercado laboral por despido libre).
Se emplea también mucho la metáfora, que nos sirve para entender realidades abstractas a partir de otras que conocemos con mayor facilidad. Las metáforas explican la realidad, pero ocultan una parte de ella, hay que ver con qué intención se emplean y qué componente emotivo conllevan.
La lengua es como un espejo en el que se refleja la realidad, pero en el que se hace traslucir la retaguardia mental, sentimental y emotiva de los hablantes. Con frecuencia, el periodismo no genera metáforas, sino que reproduce las del Gobierno y continúa, con ello, su mismo marco conceptual.
La ciudadanía
Internet ha cambiado el lenguaje de la contestación y la forma en que se articula. Con la red, la emisión de mensajes está al alcance de cualquiera, la comunicación ya no es unidireccional ni el proceso lineal sino circular. No es solo una nueva herramienta, es otra forma de usarla. Las historias se construyen de forma colectiva, los mensajes entran en dinámicas de enjambre que tratan de garantizar la sincronización en una comunicación transmedia.
Para la contestación, los medios forman parte del problema, ni les sirve el discurso del político ni les sirve cómo se lo está contando la prensa. Su objetivo es crear una nueva narrativa: se emplean memes, se «trolea» el discurso oficial, se usan suplantaciones. Hay todo un art-tivismo detrás. Las etiquetas de Twitter se convierten en el reflejo de los movimientos sociales y ayudan, además, a articular el relato (#acampadasol, #yeswecamp, #nonosvamos, #15m, #democraciarealya, etc.).
Durante mucho tiempo el lenguaje financiero ha sido el dominante, pero esto ha cambiado: el primer éxito de la contestación ha sido poner ciertos temas en la agenda y ponerlos con el lenguaje de la calle. Esta oleada constestataria está muy influida por la primavera árabe, la ciudad ha pasado a ser un espacio de debate, se ha vuelto al ágora y a las asambleas.
Hemos pasado de una masa de indignados a las mareas —de los indignados por todo a los indignados por cada cosa— y se han ido adoptando los nuevos medios del ciberactivismo.
De entre las nuevas formas de protesta callejera destacan también los balcones que hablan de la crisis, ya sea implícitamente a través de los carteles de compra-venta y alquiler de inmuebles, o explícitamente al exhibir mensajes relacionados con los recortes, los desahucios, las reformas sanitarias, educativas, etc.