Bajo una helada del demonio y la mirada escrutadora del arcediano, el pobre monje, temeroso de Dios y de que le tiemble el pulso, copia lentamente en su scriptorium la relación de bienes que generosos donantes han regalado al monasterio. Traza con una pluma de ave mojada en hollín desleído en agua:
Kaballos. Donde tenía que poner, o donde hasta entonces ponía, Caballum.
Luego escribe Molino. No Mulinum. Y Calçada, y no Calciata. Pozal, en lugar de puteale. Iermanis en vez de frater.
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