(…) Faltaban pocas horas para entregar al prior el sermón que debería abrir la oración del día siguiente y que el fraile escribano aún no había empezado a transcribir. Las manos no le respondían y el texto que debía copiar era tan largo como el invierno.
Apenas empezado el trabajo, angustiado por la prisa, se dio cuenta de que había cometido un error. Se había comido una ene al escribir anno y no había tiempo de volver a empezar ni de borrar el fallo. Entonces se le ocurrió.
Quizá fue la gracia divina o quizá la desesperación, el caso es que dibujó sobre la única ene que aparecía en la palabra otra pequeña y tumbada.
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