«La dificultad que tiene El Quijote es que parece que lo entendemos todo, pero nadie entiende nada», ha asegurado Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) durante la presentación, amparado por «dos viejos amigos» y compañeros literatos, José-Carlos Mainer y Jordi Gracia.
La nueva edición trata de acercar el lenguaje utilizado hace 410 años por Miguel de Cervantes al castellano actual, partiendo de la que considera la mejor de las ediciones de El Quijote, la de Francisco Rico (2006).
«A veces me he visto obligado a poner algo que no estaba en el original, porque, si no, no se entendía», ha reconocido Trapiello, que explica cómo en un caso Cervantes dice que don Quijote tiene tanto hambre que se comería «dos cabezas de sardinas», aunque «en realidad» quería decir «dos docenas de sardinas».
Y como este ejemplo, infinidad de ellos, ha contado el autor, que ha tardado catorce años en «traducir» un referente de la literatura, pero también fundamental en la «instrucción pública».
Y este era el objetivo fundamental, que la novela más importante de la literatura española dejase de ser una de las menos leídas por los lectores hispanohablantes y el libro que «todo el mundo conoce y nadie lee».
Trapiello es un experto cervantista, autor, entre otras, del ensayo Las vidas de Miguel de Cervantes (1993) y las novelas Al morir don Quijote (2004) y El final de Sancho Panza y otras suertes (2014).
«Es un libro de paso hacia el otro, hacia el importante», ha defendido Trapiello, para quien lo importante es la historia y los personajes que dibujó Cervantes, más allá de una u otra versión, de uno u otro lenguaje.
La que no ha tocado ha sido la primera frase, la de las doce palabras, la que dice, «En un lugar de la mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme». Es que, argumenta, se trata de «una frase como el Partenón, «intocable».
Los cambios fueron constantes durante los catorce años que duró este trabajo y no le contó lo que hacía a nadie. Su editor lo supo hace seis meses, y sus hijos hace siete. Todo para «evitar malentendidos», explica.
«Me temía que iba a ser mucho peor recibido de lo que ha sido», confiesa el autor, orgulloso del resultado obtenido y sin hacer demasiado caso a quienes critican esta actualización, porque cree que son los primeros que no han entendido el libro original.
Una labor «tediosa» y en ocasiones «desesperante», confiesa, que ha valido la pena para «devolver el Quijote a los lectores».
«Me gustaría que se me alabase no por lo que he traducido, sino por lo que he dejado de traducir», ha concluido.