Todas esas críticas obedecen a la inclusión en el Diccionario de voces que, según los feroces críticos, nunca deberían haber hollado el ara de la palabra. Es paradigmático el caso de almóndiga. Está en el DRAE desde su primera edición (1726), donde aparecía junto a almondiguilla y almondeguilla. Desde allí se remitía a albóndiga y albondiguilla. De estas últimas decía la Academia que eran «voces corrompidas de albondiguilla, que es como debe decirse». Desde entonces han permanecido en el mismo sitio. Lo único que ha hecho la corporación en la última edición de su principal obra ha sido introducir dos notas en los artículos correspondientes: que ambos sustantivos están en desuso y que son vulgares.
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