Estos dos hechos históricos desconocidos para el gran público no solo hispano sino estadounidense son algunos de los que Luis Alberto Ambroggio, miembro numerario de la Academia Norteamericana de la Lengua y correspondiente de la española, desgrana en su libro Estados Unidos hispano.
Este ensayo, escrito «con gran orgullo y con gran pasión», según dice a Efe en Miami este académico originario de Córdoba (Argentina) y llegado a Estados Unidos hace 50 años, pone al descubierto la importancia de lo hispano en la historia de la hoy primera potencia.
También pretende hacer ver a los hispanos el valor de un idioma y una cultura con un futuro «prometedor y lleno de posibilidades» en este país, el segundo por número de hispanohablantes en el mundo (unos 50 millones), solo superado por México.
Como el mensaje atañe, incluso más, a los estadounidenses que no hablan español, se propone publicar una versión del libro en inglés en los próximos meses.
Ambroggio considera que el bilingüismo es una riqueza excepcional para una persona, por eso insta a los padres hispanos a cuidar de que sus hijos mantengan su lengua y al mismo tiempo recomienda a toda persona que viva en EE. UU. que aprenda a hablar en inglés.
A quienes estén preocupados por la extensión del spanglish les advierte de que ya en el siglo XIX existía esa inquietud y los dos idiomas han perdurado y crecido en importancia.
Llegado este punto cita casi de memoria un poema humorístico publicado a mediados del XIX en el diario El clamor público de California en el que el poeta recuerda a una muchacha que le decía al cesto basketa, al café cofi y a la tienda de alimentación grosería.
Los raperos no han inventado nada.
El libro, editado por Long Island al Día y Amazon, muestra en su portada las siluetas recortadas de Don Quijote y Sancho Panza sobre la bandera de las barras y las estrellas.
La obra cumbre de Miguel de Cervantes fue casi un libro de cabecera para Jefferson, recuerda Ambroggio, presidente de la delegación de la Academia Norteamericana en Washington.
El padre de la patria, que había aprendido español en el colegio, les obligaba a sus hijas a leer diez páginas al día del Quijote. Se conserva una carta de una de sus hijas en la que le avisa que ya ha terminado de leer la obra cervantina y va a empezar El Lazarillo de Tormes, dice Ambroggio.
Pero a Jefferson (1743-1826) no solo le gustaba la literatura española, también hacia campaña para que sus compatriotas de la joven nación americana aprendieran la lengua de Cervantes, porque según decía era la lengua de las Américas y conocerla les ayudaría a relacionarse con el resto del continente.
En su momento los estadounidenses le hicieron poco caso, lo mismo que al gran poeta Walt Whitman (1819-1892), quien hizo un panegírico de la lengua española un siglo después durante una ceremonia conmemorativa de la fundación de Santa Fe, en Nuevo México.
El autor de Hojas de hierba destacó en su discurso en ese acto la importancia del elemento hispano en la nacionalidad estadounidense y se preguntó si ese «río subterráneo» no iría a emerger alguna vez.
Jefferson y Wiltmam «eran visionarios, profetas», dice Ambroggio, quien en EE. UU. trabajó en la OEA y la Embajada de Argentina, estudió ciencias sociales y economía y fundó una empresa relacionada con la aeronáutica.
Alguna vez sufrió discriminación por hablar en español, como le ocurrió en una estación de esquí en West Virginia. Un hombre le llamó «estúpido» por dirigirse a sus hijos en la lengua que hablan millones de personas en el mundo, recuerda.
Desafortunadamente el etnocentrismo anglosajón aun existe, aunque han perdido fuerza tanto el monolinguismo como el monoculturalismo, dice Ambroggio, que menciona como ejemplo al candidato a la nominación republicana Donald Trump, quien ha criticado a otro precandidato, Jeb Bush, por hablar en español.
Sobre los dos candidatos de origen cubano, Marco Rubio y Ted Cruz, afirma que no basta con hablar español, es necesario «representar los valores hispanos».
Ambroggio se considera «un inmigrante», como lo fue Pedro o Peter Casanave, un español de Navarra que triunfo como agente inmobiliario en Estados Unidos y el 12 de octubre de 1792 colocó la primera piedra de la casa presidencial, lo que hoy es la Casa Blanca, en Washington.
El hecho de que fuera el mismo día del descubrimiento de América es la razón de que el distrito de la capital se llame Columbia, por el descubridor Cristóbal Colón, señala.