El lenguaje oficial de las últimas semanas nos informó de que el rey Juan Carlos había decidido «abdicar la corona», fórmula empleada también por el propio monarca saliente en su discurso de renuncia.
El Diccionario de la Academia define de este modo la primera acepción de «abdicar»: «Dicho de un rey o de un príncipe: Ceder su soberanía o renunciar a ella».
Habrá quien cuestione el valor actual de la palabra «soberanía» en esa definición, pues reyes y príncipes existen a los que no se considera «soberanos» porque la soberanía reside en sus pueblos y no en ellos. Pero entendemos lo que se quiere decir.
Por supuesto, la Academia recoge además el uso figurado de ese primer sentido, y ampara también que abdiquemos de posesiones inmateriales como ventajas, opiniones o derechos.
La extrañeza de muchos y la crítica abierta de otros ante la aplicación práctica de «abdicar» no se ha dirigido a esos empleos metafóricos, muy usuales, sino al institucional. Sin embargo, esta construcción de «abdicar la corona» viene de lejos.
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