Los atropellos a la lengua revelan mucho más que un despiste. Las patadas al diccionario también hay que leerlas entre líneas. Si un texto está argumentado con genialidad y razones de peso, pero está plagado de faltas, la tesis defendida en cuestión se verá desmerecida y la fuerza del mensaje disminuirá como consecuencia.
«El prestigio está íntimamente unido a la calidad de la redacción», asegura Joaquín Müller-Thyssen, director de la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA); un organismo cuyo objetivo es impulsar el buen uso del español en los medios de comunicación.
Esta misma visión comparte el presidente de la Unión de Correctores (UniCo), Antonio Martín (@_amoenus). La acumulación de erratas, según mantiene, «pone en riesgo la imagen de quien las comete».
Detenerse a revisar lo escrito no está de más. Pero ¿cuántas veces leemos lo mismo una y otra vez y por más que lo volvamos a mirar no somos capaces de detectar a la intrusa? El periodista Manuel Saco, de hecho, decía que «las erratas son las últimas en abandonar el barco». Precisamente, con el fin de que esos polizones salten por la borda, trabajan los correctores ortotipográficos.
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