Las palabras siempre han sido un testimonio revelador de las sucesivas y tempestuosas épocas del hombre; de las pasiones, enloquecimientos, quimeras, fracasos, triunfos, utopías, revoluciones, conquistas, descubrimientos, rebeldías, doctrinas, religiones y aventuras que han conducido, o que todavía rigen, nuestro destino. Cada voz es un sustrato donde palpita el pulso de eso que venimos a llamar Historia. Por eso, los diccionarios son, con sus inclusiones y también con sus exclusiones de términos, también un registro excepcional de las distintas inquietudes y mentalidades que han gobernado los siglos. Y la colección completa de estas obras –en el caso de España, desde 1726, fecha en la que se publicó el primer volumen, correspondiente a las letras A y B de del Diccionario de Autoridades, hasta hoy–, forma un recorrido por los diferentes sentimientos y prejuicios que han dominado nuestro espíritu y por los avances que la humanidad ha conseguido durante este tiempo.
Un rinoceronte en Madrid
Todavía sobreviven en estos volúmenes viejos lemas, como, por ejemplo, abada, que significa rinoceronte y que remite a un episodio del reinado de Felipe II, cuando los madrileños pudieron contemplar por primera vez a esta fabulosa bestia en una calle de su ciudad; o coleto, ‘vestidura hecha de piel, por lo común de ante, con mangas o sin ellas, que cubre el cuerpo, ciñéndolo hasta la cintura’, que alude a las armas del ejército español del siglo XVI y XVII, cuando los tercios dominaban los campos de Europa y América. Pero quedan otras.
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