A juzgar por las ediciones originales, hay que reconocer que el trabajo de traducción era tan imaginativo como riguroso: por cada ornythorinque hay un «ornitorrinco», por cada jocrisse había un «zopenco».
Desde luego, el español no tiene nada que envidiar al francés a la hora de permitirnos descalificar a las personas que nos rodean. Sin embargo, la pobreza del lenguaje se ha adueñado de nuestro idioma y nos falta imaginación cuando nos ponemos a elegir nuestras palabras vejatorias. Hay que reconocer que gran parte de la responsabilidad la tiene la influencia del lenguaje políticamente correcto, pues muchos de los términos descalificatorios que empleábamos hacían referencia a profesiones, defectos físicos o procedencias geográficas («gallego» sigue figurando como sinónimo de «tonto» en la RAE aunque, ejem, sólo en Costa Rica).
En definitiva, no salimos del «tonto», «idiota», «gilipollas», «hijo de puta» o «estúpido». Parecemos niños. Los más audaces, como mucho, pueden entonar un «memo», «necio» o «mentecato». ¿No va siendo hora de renovar nuestro fondo de armario de insultos? Aquí tienes una pequeña selección que puede funcionar en contextos de extrema violencia verbal. Seguramente no ofenderemos a nadie, pero probablemente lo despistaremos.
[…]
Leer más en elconfidencial.com