En el verano, muchos disfrutan de la jornada intensiva y esas horas de libertad que se ganan se aprovechan para salir con amigos. Es el tardeo, sustantivo con el que nos referimos al «terraceo» de tarde, a salir de tapas o de copas, hasta que finalmente llega el día en el que cogemos vacaciones.
Uno de los destinos por antonomasia es la playa, da igual qué playa sea, cada uno la que elija, cada uno la suya. En la maleta, nuestra mejor selección de bikinis, trikinis y microkinis, cada cual se pondrá el que prefiera, pero desde luego como mejor sientan es escritos con k (y no con qu), como manda la Ortografía académica y el último número del Vogue.
Claro que estas prendas no quedan bien así como así. Los más previsores habrán empezado la campaña allá por la Semana Santa, más o menos cuando nos empiezan a bombardear con las mejores dietas de la temporada y los tratamientos depurativos, no detox, más eficaces. En nuestro tiempo hay quien está haciendo del dietismo religión; tanto es así que ya tenemos hasta este neologismo, dietismo, para referirnos a la tendencia a hacer dietas permanentemente.
Si te has currado la dieta más que nadie y quieres presumir de cuerpazo al sol, o si simplemente eres una persona sencilla que cree, como nosotros, en la belleza propia de cada uno, quizá este verano te lances y te quites hasta el trikini; allá vamos con ese nudismo, al que, por cierto, conviene no confundir con el naturismo y el naturalismo, que luego las carnes nos trastornan y no sabemos lo que decimos. El naturismo preconiza los agentes naturales en la conservación de la salud, el naturalismo es una corriente filosófica o pictórica que, salvo que lleves un libro sobre el tema en la bolsa de la playa, no tiene nada que ver aquí, y el nudismo es esto de quedarse como uno vino al mundo, pero ya de mayor y en la playa (si tu padre te hizo fotos de pequeño sin el pañal-bañador, no cuenta).
Como sabemos que esto no es para todo el mundo, para los tibios también tenemos recomendaciones; si no te quieres desnudar del todo, puedes optar por hacer toples, que es la adaptación del anglicismo topless y que está así recogido, sin parte de arriba del bañador ni doble ese final, en el Diccionario académico.
Para muchos las vacaciones o se pasan bien o en familia, como dos alternativas claramente excluyentes. Si te han dejado en casa, o si ya en enero solo les pediste a los Reyes que por favor te dejaran en casa, estás lo que se llama de rodríguez y, aunque sabemos que la emoción que te embarga es incontenible, que sepas que, subidón aparte, lo adecuado es escribirlo con minúsculas iniciales.
Tanto para los que se van como para los que se quedan, que unos y otros sepan que el poliamor, así escrito todo junto, es tendencia y un sustantivo válido (ahí lo dejo y que cada cual ate sus cabos).
La playa, aunque a muchos les guste tomar el sol, hacer castillos en la arena o hacer esnórquel (con su tubo, sus gafas y su grafía a la española), no es para todo el mundo. Los hay que además de estar de vacaciones tienen la gran suerte de viajar: dejan atrás los atascos, a los suegros y a las mascotas y ponen rumbo a la terminal de salidas del aeropuerto. Después de facturar y salir airoso de los controles, atraviesan la pasarela para entrar en el avión (que, por cierto, ni los ingleses llaman finger) y, si no ha habido sobreventa, que no overbooking, llegan a su destino, y los primeros días lidian con el desfase horario, no con el jet-lag.
Para que el reloj interno de cada uno se asiente, lo mejor es empezar por disfrutar de las instalaciones y servicios de nuestro complejo hotelero: las amenities del resort. Pero nosotros creemos que dicho en español se les da más envidia a los vecinos del quinto, que igual van justos de idiomas y en inglés no se acaban de enterar.
Si este verano hemos tirado la casa por la ventana, puede que nos alojemos en una suite. Son tan grandes y bonitas que esta palabra también hay que escribirla en cursiva, porque así queda más fino, más francés, y porque es un galicismo sin adaptar que figura con este tipo de letra en el Diccionario. Si el bolsillo no da para tanto, habremos elegido un buen apartotel; este, sin embargo, va en una letra redonda normalita, un poco porque es voz adaptada a nuestra morfología y otro poco porque tiene mucho menos glamur o glamour.
Están los que se van a la playa, los que viajan a los confines del mundo, pero aún queda otro tipo de animal veraniego, el festivalero. Estos no cogen ni las flip-flop ni las chanclas, estos se calzan unas Converse mugrientas (cuidado, que esta mugre se ha ido adquiriendo pacientemente de festival en festival y se le tiene mucho cariño), tres botes de desodorante (nunca se lleva bastante a un festival) y un par de conjuntos a lo boho, y, tras conseguir entradas para todos los colegas en el ticketing (que sí, que no es más que la venta de entradas), cargan con la tienda de campaña y disfrutan de varios días de conciertos y macrofiestas (escrito así, en una sola palabra, sin espacio ni guion ni tiempo para descansar a mitad de palabra o de festival).
Festivales hay uno cada fin de semana y se podría escribir de todos ellos, pero destacamos el FIB, más que nada porque una, cuando puede, allá que se va, aunque sé que soy de las pocas fiberas entre legiones de fibers, pero es lo que tiene trabajar en la Fundéu.
Como las entradas no son baratas, el dinero restante se destina a la hora feliz de los bares y gastronetas, la happy hour de las foodtrucks, para entendernos. Después uno se siente todo lo ciudadano del mundo que se puede ser sin salir de Castellón entre ingleses y alemanes en la pub crawling de turno (no le digas a tu madre que se traduce como ruta de borrachera que igual se preocupa la mujer).
Vayas donde vayas, en tu equipaje no puede faltar el complemento básico: el paloselfi. Vas a inundar las redes sociales con tus selfis, autofotos o autorretratos (te damos tres alternativas porque sabemos que te las vas a hacer por cientos). Pero cuidado con dar mucha envidia, porque cuando unos vuelven de vacaciones otros se van y aún te queda aguantar el postureo de los compañeros de trabajo.
Si eres, por último, de los que en verano aplica el comodín de «me voy al pueblo», lo podías haber dicho antes y te convalidábamos la lectura del artículo. En el auténtico pueblo de dos bares y 300 habitantes en verano (censados no suman ni 30) no llega tan fácilmente el anglicismo, la gramática castellana es allí más resistente, más dura de atravesar para el préstamo lingüístico. En los pueblos todo tiene, por supuesto, un nombre en español (de hecho, las cosas tienen un nombre en cada pueblo). En fin, toda esta riqueza dialectal, no te preocupes, va de cabeza a los atlas lingüísticos.
Sea como sea tu verano, esperamos que lo disfrutes; nuestras recomendaciones sobre la rentrée escolar y la depresión posvacacional, mejor que postvacacional, te las recordamos, si eso, ya en septiembre.