Atrás quedaron los años de sentarse frente a la mesa de los restaurantes, como única opción para evitar cocinar; las antiguas abacerías, los colmados, los ultramarinos y los tendejones han dado paso a los gigantescos centros comerciales, a los grandes distribuidores y a las compras a golpe de clic. Es patente que la realidad ha cambiado —como tantas veces lo ha hecho y lo seguirá haciendo—, y con ella también el lenguaje. La globalización, el imperio de internet, ha creado nuevos ritos, nuevas costumbres, y una cosa queda clara: en esta nueva realidad hay dos por uno en anglicismos.
Ir de shopping (o, a las claras, ir de compras) se ha convertido en un auténtico deporte internacional. Además de las famosas rebajas estacionales, el año está servido con el Black Friday («viernes negro»), antes de las conocidas rebajas de invierno; el Cyber Monday (ciberlunes), para tener un detalle por Acción de Gracias, y qué decir de aquellas cadenas que ayudan a que el Blue Monday (día más triste del año) o hasta el Día Internacional de la Fascinación por las Plantas (el 18 de mayo, por cierto) se conviertan en una oportunidad para gastar. Ah, si se quieren más, también están las mid season sale (rebajas de mitad de temporada), pero estas son solo para los que pertenecen a la élite.
Quedarse sin efectivo (mejor que sin cash) ya no es una excusa para no hacerse con la última smart TV (que piensa igual que la televisión inteligente), gracias al cibercomercio o al comercio móvil (e-commerce y m-commerce, en inglés), y también al cómodo bízum (plural bízums), o bizum (bizums), para saldar las deudas con los amigos y evitar más de un reproche. Sin embargo, todas estas facilidades de compra entrañan un serio peligro: convertirse en un auténtico shopalholic, un adicto a las compras o, en lenguaje técnico, un oniomaníaco.
Tras la jornada de compras, siempre es posible, gracias a la uberización, pedir un coche geolocalizado con conductor y, por qué no, pedir comida a domicilio (el famoso take away, en inglés británico, o take out) y que la lleve un repartidor (frente a delivery). Por cierto, si se te olvida algo, siempre puedes pedir que un mensajero (rider) te lo traiga a casa.
Con independencia de que esta nueva realidad de consumo sea más ágil, más cómoda o, simplemente, diferente, no nos olvidemos de echar a la cesta de la compra (gracias a las recomendaciones lingüísticas de la FundéuRAE) un buen número de alternativas en español, que también están de oferta, frente a los abundantes extranjerismos innecesarios.