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Una mañana de noviembre del 2001, Andrés Trapiello se embarcó en uno de esos proyectos que le han dado fama de trabajador infatigable. Durante todos los días de un año, escogió al azar cinco páginas de su viejo Diccionario ilustrado de la lengua castellana de Saturnino Calleja (1919) para extraer las entradas que, por algún motivo, le llamaban la atención y después glosarlas en una serie de aforismos que fueron apareciendo semanalmente en el diario La Vanguardia bajo el epígrafe El arca de las palabras.
Ya no se oye tanto, ya no se dice tan a menudo, ya no lo leemos como hace un tiempo. A lo mejor es porque uno se acostumbra a todo, aunque sea una clara y absurda cacofonía, y entonces sería más grave. Pero, sí es cierto que desde hace unos años, demasiados ya, existe una absurda tendencia en el uso del lenguaje, oral y escrito, que pretende no discriminar por razones de sexo el contenido gramatical del hablante o escribiente. Absurdo.
Lo que empezó como una forma de comunicación entre jóvenes, se ha convertido en una herramienta cada vez más usada en el mundo ejecutivo. En 1997 en Zacatecas, y durante la realización del Primer Congreso de la Lengua Española, profético, el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, habló en su conferencia magistral que fue incendiaria, de «jubilar la ortografía», por considerarla obsoleta y ya rebasada por otros lenguajes que hoy desgraciadamente, están más vivos que nunca. La propuesta de García Márquez fue tomada a «vacilada» y estuvo un tiempo en el candelero periodístico; luego, fue condenada al olvido.
Han pasado 130 años desde que Graham Bell, legó al mundo la comunicación por teléfono, desde entonces la evolución ha recaído en los celulares, hasta el contacto por internet; herramientas que han facilitado la vida de todos.
Si la pasión por el béisbol no se despierta en nuestra infancia es muy difícil que sea adquirida después. Quizás el deporte más complicado en cuanto a reglas tenga que ser recibido de manera paulatina, cuando nuestro disco duro está casi vacío. Diferenciar entre un batazo fair y un foul, entre un strike y una bola no es algo muy claro para quien jamás ha tenido relación con el juego.
Hay veces que dos grandes significados están representados por dos palabras que se parecen mucho. Hoy nos fijaremos en dos palabras que, de hecho, son familia, pero que su significado para nuestra vida diaria es muy diferente y que muchos de nuestros problemas más comunes provienen de no saber establecer con claridad esa diferencia.
Para el próximo día del amor y la amistad qué mejor oportunidad de presentar el lenguaje usado por los habitantes de la Ciudad de México para expresar sus sentimientos, «en el cual se encuentra compendiado todo lo que los antiguos y los modernos han escrito sobre el lenguaje de las flores» (El Siglo Diez y Nueve, microfilm, Hemeroteca Nacional, UNAM).
Muy pronto, este deporte apasionante que en unas semanas, después del deshielo europeo, estará en el apogeo de sus competiciones, fue perdiendo, y no por prejuicios lingüísticos, la piel británica y lo que era football tradujo sus oes para convertirse en fútbol, y el más complicado off-side fue pronto orsay, porque para castizos, nosotros, sin que el corner sea del todo saque de esquina y un árbitro, o juez de la contienda, no sea aquel referee del reglamento original, lo que no impidió, hasta mucho después de su implantación, que para el control del juego no se usase pito y eran su palabra y sus gestos suficientes para sancionar con un silencioso penalti, el colmo de la crueldad reglamentaria, al jugador que más nombres tiene, si hay que citar otras expresiones diferentes a la de portero, como es frecuente oir, desde meta a guardameta pasando por guardavallas, arquero y cancerbero.
En estos días nos acompaña la lectura detallada de una de las recientes producciones del periodista español Álex Grijelmo, actual presidente de la Agencia Efe de noticias. Se trata de La punta de la lengua. Críticas con humor sobre el idioma y el diccionario, publicado por la Editorial Aguilar en el 2004. Leer a Grijelmo, tanto en sus escritos sobre el lenguaje como en lo publicado para la profesión periodística es entrar en un indiscutiblemente erudito mundo de aprendizaje, aunque comunicado de manera comprensible y asequible a cualquier persona interesada en el fascinante mundo de nuestra rica y emotiva lengua española.
Una querida y admirada amiga, que alterna las excelencias del canto con las de la cocina, con quien, por cierto, comparto apellidos, me pregunta por qué si huérfano se escribe con «h», orfelinato y orfandad se escriben sin «h». La pregunta me ha sido hecha muchas veces, no sólo con respecto a estas palabras, sino también con otras.
Aún se hablan en el mundo unas 6.000 lenguas. Pero muchas están en peligro. Según el investigador Mark Abley, es por la TV, el inglés y otras lenguas fuertes.
Alberto Gómez Font alerta del «creciente empobrecimiento» del lenguaje empleado en los medios de comunicación, con una presencia mayor de «palabras comodín». Este experto no se considera un periodista, pero desde hace 25 años su trabajo está estrechamente relacionado con los medios de comunicación. En 1980, el entonces director de la Agencia Efe, Luis María Anson, le propuso crear un Departamento del Español Urgente, para asesorar y vigilar sobre el correcto uso de la lengua española. Desde febrero del 2005, Gómez Font es coordinador general de la Fundación del Español Urgente, un organismo que ha extendido su labor a los medios audiovisuales.
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