Antes que nada quería agradecer a la Fundación San Millán de la Cogolla y a la Fundéu la oportunidad de hablar hoy aquí de uno de los temas que más me preocupan, como periodista, pero también como ciudadana: las noticias falseadas y el fenómeno de la posverdad.

La idea es que podamos mantener después entre todos nosotros un debate, así que, si les parece, intentaré plantear brevemente algunos de los puntos que me parecen más significativos para esa conversación.

1) Lo primero: de qué hablamos, qué son las noticias falseadas y la posverdad y por qué nos preocupan ahora tanto, cuando al fin y al cabo, se nos dice, basta remontarse a la guerra de Cuba para saber que la mentira y la intoxicación periodística no son un fenómeno nuevo.

2) Por qué hablamos ahora de este tema. ¿Estamos tan preocupados porque nos alarma la victoria del presidente Trump en Estados Unidos y por el éxito del brexit en el Reino Unido y queremos encontrarle una explicación fácil? ¿Estamos en el fondo ante un fenómeno fundamentalmente anglosajón?

3) ¿Las noticias falseadas y la posverdad afectan solo a los medios de comunicación y a la política o hay otros sectores y otros intereses de la sociedad que están también sometidos al mismo proceso de desinformación?

4) ¿Qué papel han jugado los medios tradicionales, incluidos televisión, radio y periódicos digitales, no solo en papel?

Foto: Judith González Ferrán

5) ¿Existe realmente el riesgo de que nuevos usos de la tecnología y del procesamiento de grandes datos produzcan ciudadanos «burbuja», sometidos a lo que algunos sociólogos llaman ya «cámaras de eco»? Y, si esto es así,  ¿qué riesgos sociales comporta? ¿Las noticias falseadas y la posverdad terminan por provocar la desaparición de los espacios de debate público, imprescindibles para el buen manejo de las democracias liberales?

6) ¿Qué papel deben jugar los medios tradicionales en esta batalla? ¿Tienen instrumentos para ello? ¿Existe una verdad periodística que puedan defender?

7) ¿Cómo desarrollar esa batalla sin que el remedio sea peor que la enfermedad, es decir, sin que suponga generar controles y recortes de la libertad de expresión? ¿Hay que dejar en manos de las grandes empresas tecnológicas la dirección de esa guerra? ¿No nos arriesgamos a que esas empresas terminen colocando filtros para suprimir todo aquello que se considere «no conveniente»?

8) ¿Las recientes propuestas que ha formulado la Comisión Europea para hacer frente a las noticias falseadas y la posverdad son las adecuadas?

Hasta aquí las preguntas o los puntos que creo que podrían ayudarnos a centrar el debate.

Ahora, si me lo permiten, algunas observaciones personales sobre estos asuntos.

Los medios tradicionales, periodismo digital o no, deberían actuar con la principal muralla de contención de estas avalanchas de posverdad y noticias falseadas.

 

I) En 1986, el entonces presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, negó que su Gobierno hubiera vendido armas a Irán para poder desviar después fondos para la contra nicaragüense. Dos meses después, reconoció lo contrario y dijo: «Mi corazón y todos mis instintos me dicen aún ahora que no puede ser verdad y que no lo hicimos. Pero los datos y la evidencia me dicen que sí. Lo hicimos». En 1986 los datos y la evidencia se imponían sobre el corazón y los instintos. Eso es lo que 32 años después parece estar en discusión. ¿Existen hechos alternativos, verdades que apelan a nuestros instintos y a nuestro corazón que no se tienen por qué someter a la evidencia y a los datos? No, decía el presidente Ronald Reagan. Sí, dice hoy el presidente Donald Trump.

II) El fenómeno se puede examinar desde muchos puntos de vista y seguramente tendremos ocasión de apreciar diferentes perspectivas en este seminario. De hecho, el lenguaje y los medios de comunicación son elementos esenciales de cualquier análisis, pero no hay que perder de vista que este mismo tema se discute en foros de seguridad y de defensa y que incluso los expertos en ciberguerra examinan hoy en sus informes estos mismos problemas.

III) La Fundéu recomienda con mucho criterio no hablar solo de fake news ni de noticias falsas, sino también de noticias falseadas. Creo que ese es un matiz fundamental para identificar bien el problema. Fake news es la expresión que utilizan precisamente quienes las originan porque quieren dar a entender que se trata de un fenómeno muy antiguo y no tan alarmante. Estaríamos en definitiva ante el antiguo rumor, la mentira o la simple trola. Los políticos, se dice, siempre han tenido una relación elástica con la verdad, siempre ha habido campañas de intoxicación en los periódicos. Todo eso es cierto, pero de lo que estamos hablando es de otra cosa completamente diferente: ahora se trata de noticias falseadas intencionadamente que forman parte de enormes redes de desinformación. Esa es la palabra clave: desinformación intencionada y extensiva, en la que se utilizan enormes bancos de datos, técnicas de marketing y la prodigiosa capacidad de las nuevas tecnologías para llegar a todos los instrumentos a través de los cuales accedemos a información. Las noticias falseadas no tienen nada que ver con las noticias falsas porque forman parte de un fenómeno de desinformación a escala global que solo es posible en una era digital con instrumentos tecnológicos completamente nuevos y desarrollados por unas pocas empresas gigantescas.

IV) Es importante constatar que el problema de la desinformación no afecta solo a los mensajes de índole política y no solo a los medios de comunicación. Aunque solo sea para dejar constancia de ello, hay que hablar del pánico que experimenta el mundo de la medicina ante la campaña de desinformación respecto a las vacunas; de la enorme preocupación que sienten ya muchos especialistas en educación ante la campaña que niega que las creencias religiosas sean compatibles con los descubrimientos científicos, se trate de la evolución de las especies o del cambio climático. Quizás sea el momento de recordar que las técnicas de falseamiento organizado no nacieron en el mundo de la información sino en el del marketing comercial. Probablemente la primera campaña seria de desinformación con voluntad global fue la desarrollada en todo el mundo en los años 60-70 por las grandes compañías tabacaleras intentado desacreditar los hallazgos médicos sobre la malignidad del tabaco y la nicotina. Ahora imaginen el efecto de aquella campaña si hubieran podido disponer de los nuevos instrumentos tecnológicos de comunicación, capaces de llegar a los ordenadores y los teléfonos inteligentes de cada uno de esos fumadores para llenarles de información falseadas y para actuar como filtro que evite que les lleguen los datos correctos científicamente comprobados.

V) Volvamos al periodismo. Como periodista debo reconocer que estoy deslumbrada por todas las posibilidades que se han abierto a nuestro trabajo con las nuevas tecnologías digitales. Cuando miremos hacia atrás, cuando miren ustedes hacia atrás dentro de unos años, se darán cuenta de que esta fue una etapa apasionante, una época de conmoción y de formidables transformaciones, y ya se sabe que no hay nada más irresistible para un periodista que una buena revolución.

VI) La transformación no se ha limitado a la aparición de nuevas tecnologías. De hecho, ha implicado un profundo cambio en la empresa periodística, en la manera en la que trabajamos y en la manera en la que accedemos a la información, también los periodistas. El problema no es si puede desaparecer el papel o no (aunque yo espero y creo que no lo hará). Ese no es el problema fundamental para el periodismo, sino si puede ser objeto con esas nuevas herramientas de una malformación tal que termine perdiendo su sentido y su papel en las sociedades democráticas.

VII) ¿Por qué es importante la crisis de adaptación que sufre el periodismo? Porque esa crisis ha coincidido precisamente con el avance formidable de las técnicas de desinformación, y los medios tradicionales se encontraban en esos momentos desconcertados, con todas sus fuentes de financiación en cambio y con menos profesionales en las redacciones. Es decir, han hecho frente a ese avance justo cuando habían ya perdido una parte de la confianza de sus lectores, oyentes o telespectadores. Acosados por sus propios problemas y por la transformación digital, necesitados de un flujo constante de informaciones casi instantáneas que alimentaran esos nuevos medios de soporte digital, cayeron en manos de las redes, mucho más dinámicas y también mucho menos seguras y confiables. Los medios tradicionales, después del desastre que supuso su fracaso a la hora de impedir la desinformación masiva en la victoria de Trump y el brexit, han empezado a analizar este problema y a intentar reaccionar frente a él.

VIII) Por eso hablo tantas veces de la importancia de que los periodistas defendamos que existe la verdad. No una verdad filosófica o religiosa, por supuesto, sino una verdad periodística basada en hechos comprobados de acuerdo con reglas y mecanismos profesionales de verificación. Solo si aceptamos esa exigencia podremos impedir que las nuevas tecnologías presionen tan fuertemente sobre las reglas que no seamos capaces de defenderlas. Hay que reclamar esas reglas porque sin ellas no se recuperará la confianza de los ciudadanos y, si no se recupera esa confianza, se perderá la guerra contra las noticias falseadas o, peor aún, contra la posverdad, las informaciones que no se basan en hechos, sino en emociones, creencias o deseos del público, contra el principio de que «mi opinión vale más que los hechos. Lo que importa es cómo me siento respecto a algo». ¿Cómo es posible que los medios de comunicación alemanes, algunos de cuyas cabeceras forman parte de la élite de lo mejor de Europa, se preguntaba el muy serio semanario Die Zeit, no hayan conseguido parar la posverdad de que Alemania se ha convertido en un país inseguro, con más delitos, por culpa de la inmigración masiva de los últimos años, cuando en realidad este año se han cometido en Alemania menos delitos que nunca?

IX) Seguramente la explicación es compleja y radica también en la enorme fragmentación de los medios en los que los ciudadanos buscan hoy en día su información, o la reciben sin incluso buscarla. Facebook, Twitter, Instagram… distribuyen información de manera continua, pero no crean un espacio público de discusión.

X) Ronald Reagan aceptaba que existía una verdad de los hechos, mientras que Donald Trump no cree que la evidencia sea ahora un argumento definitivo. Es un cambio muy inquietante porque hasta ahora las sociedades han sido capaces de desarrollar instituciones que permiten un cierto nivel de consenso sobre lo que es verdad: la ciencia, los medios de comunicación, el sistema legal, la educación forman parte de esa estructura institucional que facilita el consenso. No era ni es una estructura perfecta, pero ha sido válida para crear espacios públicos de debate, algo imprescindible para el funcionamiento correcto de las democracias.

¿Cómo desarrollar esa batalla contra la posverdad y las noticias falseadas sin que el remedio sea peor que la enfermedad, es decir, sin que suponga generar controles y recortes de la libertad de expresión?

 

XI) La posverdad desarrolla una profunda desconfianza en todas esas instituciones: «Los medios mienten sistemáticamente», «La ciencia no es fuente de conocimiento incontestable», «Los expertos no fueron capaces de adelantar la llegada de una crisis económica monumental», «Mi opinión es tan importante como los datos»… La posverdad entierra hechos objetivos en una avalancha de emociones y creencias y produce un contagio emocional ciudadano, y los medios de comunicación deberían ser precisamente uno de los elementos principales de lucha, recobrando la credibilidad y la defensa de la verdad de los hechos.

XII) La profesora Marian Martínez Bascuñán advertía hace poco del peligro que supone el abandono de los espacios públicos donde es posible dialogar manejando hechos aceptados por todos. Desde el momento en que aceptamos que no existen esos hechos ciertos, verificados, deja de existir la posibilidad de diálogo y de convencer al que piensa diferente y pasamos únicamente a reforzar el canto de la tribu a la que creemos pertenecer, dice Bascuñán.

XIII) Los espacios comunes de diálogo son cada vez más necesarios en unas sociedades modernas que pasan por un proceso de atomización, de manera que mucha gente se percibe a sí misma no ya en términos políticos, sino de pertenencia, ya sea a un género (soy hombre, soy mujer, soy gay, soy transexual…), a una raza, una cultura, incluso a un grupo de un juego: soy trol o soy jugador de vídeo. La pregunta que la gente se hace hoy día, explica el sociólogo Kenan Malik, no es «¿en qué tipo de sociedad quiero vivir?», sino «¿quién soy?». La política de ideología ha dado paso a la política de la identidad y en ese campo las redes y las campañas de desinformación son insuperables porque funcionan como cámaras de eco: me oigo a mí mismo.

XIV) El reciente caso de la empresa Cambridge Analytica ha hecho saltar todas las alarmas, precisamente por la manipulación que suponen esas cámaras de eco. Cambridge Analytica procesó datos de 85 millones de usuarios de Facebook para detectar pautas de conducta, gustos y pertenencias, a fin de dirigirles mensajes personalizados con la intención de influir en su voto o en decisiones de importancia similar. Los algoritmos capaces de identificar y agrupar a los ciudadanos por tribus mediante el análisis de grandes centros de datos en teoría anónimos se convierten en pesadilla si se aplica no a la venta de libros, por ejemplo, sino a escenarios políticos.

XV) Mark Zuckerberg ha ido al Congreso de Estados Unidos y al Parlamento Europeo a asegurar que busca soluciones técnicas para impedir el manejo inapropiado del formidable banco de datos de Facebook con algoritmos que provoquen manipulaciones desinformativas. La cuestión es que es muy dudoso que haya que dejar en manos de una empresa soluciones técnicas que pueden derivar en censura encubierta de lo que ellos mismos consideren o cataloguen como «inapropiado». Peor aún que la censura sería que empresas tan formidables como Facebook puedan disponer de mecanismos de selección personalizada de información que hagan que los individuos terminen viviendo en burbujas o en las ya mencionadas «cámaras de eco», lugares donde solo te lleguen las noticias que te son cómodas o las opiniones que ya coinciden con las tuyas. Esa sí sería la peor pesadilla.

La periodista Soledad Gallego-Díaz durante la inauguración del seminario.

La periodista Soledad Gallego-Díaz durante la inauguración del seminario.

Foto: Judith González Ferrán

 

XVI) Los expertos coinciden en que los medios tradicionales, periodismo digital o no, deberían actuar con la principal muralla de contención de estas avalanchas de posverdad y noticias falseadas. Por el momento, creo que los resultados no son muy alentadores. Los medios tradicionales han quedado muy expuestos a redes y a la necesidad de un flujo incesante de noticias. Peor aún, han caído en la trampa que supone aceptar las agendas impuestas por esas noticias falseadas que, retuiteadas o difundidas incesantemente mediante robots programados, son capaces de distraer la atención sobre otros asuntos verdaderos y urgentes. Las noticias falseadas y la posverdad se han convertido en auténticas «armas de distracción masiva», que impiden identificar y enfocar correctamente los auténticos problemas de esas sociedades. The New York Times dedicó páginas enteras y el esfuerzo de decenas de periodistas a investigar y desmentir campañas de desinformación y noticias verdaderamente disparatadas, pero que se habían convertido en trending topic.

XVII) Hace pocas semanas se desarrolló una discusión muy viva en el Parlamento Europeo entre quienes sostienen que los gobiernos deben implantar controles y supervisión estricta sobre esas campañas de desinformación, porque los contenidos falsos suponen un riesgo para las democracias liberales, y quienes creen que esos controles representan una forma de censura y van a suponer un retroceso en cuanto a los derechos a la libre expresión. Una tercera vía abogó por la autorregulación, lo que sería difícil dada la desproporción no solo de tamaño y poder económico, sino de intereses, entre gigantes como Facebook o Twitter y los medios tradicionales, digitales o no.

XIX) La Comisión Europea acaba de hacer públicas las conclusiones de un grupo de estudio, presidido por la profesora Madeleine de Cock, al que encargó el estudio del problema. Los expertos europeos han desaconsejado vivamente que los gobiernos legislen sobre las noticias falseadas y la posverdad. El informe considera noticias falseadas las informaciones falsas, ideadas, promovidas y difundidas intencionadamente para causar un daño público o un beneficio. Piden que se distinga muy bien entre ese tipo de noticias y las que responden a los delitos de difamación, incitación al odio o enaltecimiento del terrorismo, sobre las que todos los países europeos ya disponen de sus propias regulaciones legales y que se tenga mucho cuidado para no afectar a las publicaciones satíricas, humorísticas o paródicas que están protegidas claramente por la libertad de expresión y no tienen nada que ver con la desinformación programada.
A juicio de la profesora De Cock, para hacer frente a ese inquietante fenómeno debe recurrirse a los medios tradicionales, digitales o no, incluidos radio y televisión, para que actúen como el principal instrumento de contención. La primera muralla contra las noticias falseadas, dice el informe, son los medios tradicionales realizados por profesionales que conocen las reglas de verificación y deben actuar en consecuencia. De Cock resalta el peligro de que desaparezca la verdad en el espacio público y de que se acentúe la falta de confianza de los ciudadanos en sus instituciones, pero estima que hay que hacer compatible la denuncia de las redes de posverdad con la protección de la libertad de expresión y de la pluralidad y diversidad de los medios de comunicación europeos. Defiende la existencia de códigos de prácticas, promover la transparencia y la alfabetización digital de los ciudadanos y dar a los profesionales de la información los instrumentos necesarios para distinguir y rastrear la procedencia de esas campañas de desinformación.
Son recomendaciones quizás poco espectaculares pero bastantes juiciosas, porque la experiencia demuestra que en relación con los medios de comunicación cada vez que se ha pretendido legislar sobre los excesos de la prensa amarilla, por ejemplo, al final, el que no podía publicar determinadas informaciones no era The Sun, por ejemplo, sino The Guardian.

Una última observación. Los periodistas deberíamos tener también cuidado para no permitir tampoco que se eche la culpa de todo lo que no nos gusta en nuestras sociedades a las noticias falseadas o las campañas de desinformación. El brexit fue consecuencia de muchas cosas complejas y la victoria de Donald Trump también. Lo que está ocurriendo en Polonia o en Hungría, dentro de la Unión Europea, no es consecuencia solo de la difusión de noticias falseadas que apelan a sentimientos y creencias, sino también de otros fenómenos sociales muy complejos que hay que identificar. No simplifiquemos la realidad ni permitamos que la posverdad nos convierta en personas simplificadas.
Muchas gracias.