Le hacemos esta pregunta al robot conversacional de moda. Pero ChatGPT no sabe que un pedacito del reconocimiento que otorga anualmente la FundéuRAE es para él. Y para Siri y Alexa, que tampoco han sabido predecirlo. Este 2022, la expresión inteligencia artificial se alza con el título de palabra del año.
En 2020 y en 2021, hubo un tema que eclipsó todos los demás. Las candidatas a palabra del año y las ganadoras se enfocaron en el asunto que tenía paralizado al mundo: la pandemia. Confinamiento (2020) y vacuna (2021) representan un periodo en el que el coronavirus centraba la atención de todos. La incertidumbre y las dudas sobre el futuro convivieron con nosotros, y aún siguen acechándonos tras alguna esquina. Por suerte y por desgracia, en 2022 llegaron otros temas: hablamos de guerra, de emergencia climática, de inflación, de tecnología. El futuro ha vuelto a abrirse ante nosotros. Y pocas cosas representan tanto el futuro (y el presente) como estas dos palabras que se refieren a un único concepto: inteligencia artificial.
Esta expresión nace a mediados de los años 50, acuñada por el célebre informático estadounidense John McCarthy. El diccionario académico la recoge por primera vez en el año 1992 y la define como ‘la [inteligencia] atribuida a las máquinas capaces de hacer operaciones propias de los seres inteligentes’. Esta definición se modificó posteriormente en el año 2001 y, en el 2014, se registró la que se mantiene en la versión actual: ‘disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico’.
Al igual que su significado se ha ido adaptando en el diccionario con el paso del tiempo, también lo ha hecho su presencia en nuestro entorno. Comenzó siendo una tecnología reservada al campo de la informática; para la gente de a pie, casi un simple recurso de las películas de ciencia ficción en las que robots malignos trataban de dominar a los humanos. Hoy, la cantidad de ámbitos que la emplean ha crecido exponencialmente, ya sea para facilitar el análisis de datos o para la automatización de procesos: la ciberseguridad, las finanzas, el entretenimiento, el marketing…
Como cada año, la elección de la palabra del año de la FundéuRAE se basa en dos pilares. El primero de ellos es la presencia de ese término en los medios de comunicación. La inteligencia artificial no es un concepto nuevo, pero sí se han acelerado las noticias relacionadas con ella. Desde los progresos por perfeccionar los vehículos autónomos hasta la creación de plataformas que elaboran una ilustración nueva a partir de otras ya existentes o de novelas escritas enteramente por máquinas. La última gran novedad ha llegado hace solo unas pocas semanas, con el nacimiento de ChatGPT, que ha desatado una ola de curiosidad entre los usuarios.
Sin embargo, no solo las noticias sobre sus avances han sido las protagonistas estos meses. De forma paralela, ha cobrado fuerza un debate recurrente: ¿hasta qué punto la inteligencia artificial pone en riesgo el trabajo humano? Las dudas sobre si ciertos empleos corren peligro ha sido uno de los temas más discutidos. Los profesionales de esta tecnología insisten en que es útil para la automatización de procesos y para ayudarnos en ciertas tareas, pero que el componente creativo es algo exclusivo de los humanos. El futuro aún no está escrito y el debate sigue abierto, aunque es imposible de resolver en el presente.
El segundo pilar que lleva a la elección de la palabra del año es su interés lingüístico. La construcción inteligencia artificial ha generado dudas entre los hablantes y en los medios de comunicación, y es habitual encontrarla escrita con mayúsculas iniciales. En la FundéuRAE le dedicamos una recomendación, en la que explicamos que se trata de una denominación común y, por tanto, lo adecuado es escribirla con minúsculas. En cambio, la sigla IA sí se escribe con mayúscula, y resulta preferible a la inglesa AI (de artificial intelligence).
Igualmente, no hay que olvidar la fuerte conexión entre inteligencia artificial y lenguaje. Hablamos con Siri y con Alexa, les pedimos que enciendan las luces o que nos traduzcan una palabra. Pedimos ayuda a los robots conversacionales para que nos orienten durante el proceso de compra o charlamos con ellos por pura diversión. Enseñamos español a las máquinas para poder comunicarnos con ellas, y eso supone un reto al que se enfrenta hoy el campo de la lingüística. Por poner solo un ejemplo, la Real Academia Española cuenta con el proyecto LEIA (Lengua Española e Inteligencia Artificial), cuyo objetivo es enseñar a usar un español correcto en los medios tecnológicos, con el fin de mantener la unidad en una lengua que cuenta con múltiples variantes y más de 500 millones de hablantes.
En la FundéuRAE no sabemos qué futuro nos espera ni qué papel desempeñará en él la inteligencia artificial. Puede que, dentro de unos años, ni siquiera la labor informativa de los medios de comunicación sea algo exclusivo de los periodistas humanos; quizá tampoco lo sea la resolución de dudas ni la escritura de recomendaciones lingüísticas. Hasta entonces, seguiremos disfrutando de la investigación, el análisis y la observación de la lengua e intentando ser útiles a los medios. Puede que sigamos haciéndolo aunque la tecnología sea capaz de lograrlo sin nosotros, simplemente por el placer que supone trabajar con una de las herramientas más bonitas del mundo: el lenguaje.