Estábamos acostumbrados a decir «voy a enviar un mensaje» y eso del mensajeo sonaba un poco bárbaro, vago, como un intruso que quiere entrar en el vocabulario pero al que todavía, desconfiados, miramos de reojo.
A los jóvenes y adolescentes los neologismos no les dan miedo. En cambio, a muchos adultos, presos de las normas y el bien hablar, les rasca la lengua cuando sueltan algún palabro que aún no ha sido consagrado desde los sillones de la RAE.
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