Le pedí a un dependiente la rosquilla traduciendo su nombre al español, que sin duda era el idioma del dependiente, y este, masticando el nombre del dulce en inglés, me afeó que lo hubiera dicho en español. Le di las gracias y salí sin comprar.
En estos días me llevé una agradable sorpresa, algo no muy frecuente cuando se trata del buen uso de la lengua.
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