Bajo el título «Entendiendo a los expertos: el primer eslabón del cambio» se dieron cita los expertos Laia Alegret, catedrática de Paleontología en la Universidad de Zaragoza y académica de la Real Academia de las Ciencias Físicas, Exactas y Naturales de España (RAC); María José Sanz, directora científica del centro vasco para el cambio climático (BC3); Blanca Lozano, catedrática de Derecho Administrativo de la Universidad del País Vasco, y Andrés Betancor, catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad Pompeu Fabra. Moderados por la directora de la FundéuRAE, Olivia Piquero, protagonizaron el primer debate del seminario.
La sesión se abrió con un necesario repaso histórico de la mano de Laia Alegret, para contextualizar la actual crisis climática y resaltar que el actual cambio climático es mucho más veloz que cualquier otro que haya tenido lugar en la historia de nuestro planeta. «Los fósiles son unos indicadores excelentes del clima del pasado», explicó Alegret. Con ellos se puede llegar a reconstruir la temperatura en cada una de las estaciones en las que vivió ese organismo. La experta señaló que «los fósiles marinos son los más útiles», sobre todo los procedentes de los foraminíferos, organismos marinos que solo tienen una célula, y que cuando mueren se acumulan en el sedimento, en las rocas.
El análisis de estos fósiles nos ayuda con la reconstrucción de la temperatura de los últimos setenta millones de años, con una curva de temperatura «ligada a la curva de CO₂ atmosférico», indica Alegret. «El mayor de los eventos hipertermales, que tuvo lugar entre el Paleoceno y el Eoceno, supuso que la temperatura media del planeta aumentara entre 4 y 6 grados», debido a la emisión masiva de derivados del carbono, provocados, entre otras cosas, por el vulcanismo. «Ahora emitimos más que entonces, y durante un periodo mucho más corto», explicó. «Los modelos predicen cambios muy fuertes en la superficie de los océanos, con un fenómeno de acidificación».
Este registro fósil presenta la fotografía de lo que un día fue un planeta cálido, invernadero, antes de convertirse en un planeta nevera. Hoy, la Tierra ha regresado a ese escenario sofocante del pasado, con proyecciones en las que el calentamiento global no deja de aumentar.
A propósito de estas predicciones y de los modelos predictivos mencionados por Alegret, que siempre están en el centro del debate, María José Sanz animó a la población a confiar cien por cien, ya que existe una vasta labor de estudio, cada vez más afinada, detrás de cada dato. La ponente señaló que se va incorporando conocimiento y mejorando las herramientas que permiten predecir un futuro que, en su opinión, no es nada halagüeño. «Esto es una crisis climática porque este cambio climático es muchísimo más acelerado que todos los que se han registrado hasta la fecha», añadió. Según Sanz, hay que confiar en la ciencia y apostar por la investigación, el desarrollo y la innovación, «sin bloquear buenas ideas que, por diversas situaciones, sobre todo por no entender el contexto, a la hora de la verdad no acaban de arrancar». Asimismo, resaltó que «lo primero que tienen que hacer los científicos es entenderse entre ellos» porque estas buenas ideas pueden llegar, en un momento dado, desde diferentes disciplinas.
Tan fundamental como el conocimiento y la comunicación es el derecho medioambiental y el cumplimiento de las leyes. En este aspecto, y desde la «humildad del derecho», Andrés Betancor expresó algunas de sus reticencias respecto a las leyes de cambio climático. El catedrático indicó que «el relato es un elemento esencial para el ser humano, pero a veces ese relato se usa para gestionar tendenciosamente el miedo de la población: la ley del cambio climático es una muestra. No debe ser un alegato que contribuya al relato». En su opinión, la efectividad de estas normas depende de la amenaza de una sanción, y en ello deberían centrarse. Betancor señaló que «la ley no va a provocar un cambio social; el cambio lo trae la sociedad, el derecho siempre tiene que estar por detrás. Para ello hay que reivindicar el papel del ciudadano, de los periodistas, de los investigadores».
Continuando con el derecho medioambiental, y más específicamente con el lenguaje de los textos legales, administrativos y judiciales, Blanca Lozano, que codirigió la obra colectiva Diccionario de derecho ambiental, sacó a relucir una cuestión esencial que aleja a la población del ámbito del derecho: «Los textos adolecen de falta de claridad, es un lenguaje difícil de leer y de comprender, con un estilo confuso y farragoso». El lenguaje, además, según Lozano, «sufre el embate de los acrónimos, de las siglas, de las repeticiones sinonímicas, de las redundancias y de los anglicismos», lo cual dificulta la conexión con la ciudadanía.
Regresando a la cuestión mencionada por María José Sanz sobre la necesidad de entenderse entre científicos también, Lozano recalcó la importancia de la intervención del derecho, «para establecer unos conceptos y una terminología común». Y es que, como puntualizó Sanz, «los lenguajes complicados vienen porque no hay un consenso de base».