Estas reglas nos las han enseñado en la escuela, las hemos aprendido en algún libro o, incluso, se basan en nuestras propias conclusiones, pero el problema de toda simplificación es que muchas veces se nos pierde algo en el camino. Como consecuencia, acabamos tomando como ciertas indicaciones que en realidad no son del todo correctas, dejan de lado situaciones especiales o se extienden a casos a los que no son realmente aplicables.

Como ejemplo de regla manifiestamente incorrecta tenemos la que se expone a menudo en las escuelas de un país tan leísta como España: se nos dice que el complemento indirecto se encuentra preguntando «¿a quién?», pero en realidad no es así. Una cosa puede ser complemento indirecto («Le dio un golpe a la mesa») y una persona puede ser complemento directo («La llevó en auto a su casa», que es complemento directo aunque responde a «¿a quién?»). A decir verdad, con esta falsa regla no es extrañar que buena parte de los españoles sigan siendo marcadamente leístas.

El grupo más extenso lo encontramos en las supuestas normas que en realidad son solo los casos más habituales o característicos

 

La omisión de los casos especiales la encontramos en la norma ortográfica que nos dice que las palabras llanas acabadas en ese van sin tilde. Sin embargo, cuántos (interrogativo), egoístas y cómics llevan tilde, y las tres son llanas acabadas en ese. Simplemente, al exponer la regla se obvian los casos especiales de la tilde diacrítica, la tilde hiática y los grupos consonánticos.

Posiblemente el grupo más extenso lo encontramos en las supuestas normas que en realidad son solo los casos más habituales o característicos. Por ejemplo, muchas de las reglas ortográficas del tipo «se escriben con g las palabras que empiezan con…» son más bien meras observaciones estadísticas.

Otro ejemplo: es verdad que casi siempre el complemento directo lleva a si es persona y no la lleva si es de cosa, pero eso es solo la tendencia general y hay muchos casos, detallados en el Diccionario panhispánico de dudas, en los que no es así. Basten unas muestras: «La televisión ha sustituido al cine», «El banco tiene los consejeros mejor pagados del sector»; por no hablar de contrastes como «Quería un doctor» (‘necesitaba alguien que fuera doctor’) frente a «Quería a un doctor» (‘amaba a una persona que era doctor’).

Y no podemos olvidar que los propios gramáticos pueden seguir sin tener claro cómo caracterizar una determinada construcción, tal vez porque se entrecruzan muchos factores. Aquí entraría la distinción clásica de ser para un estado permanente y estar para uno transitorio, que es posible refutar con contraejemplos de uso muy frecuente («ser joven» y «estar muerto»), sin que se haya conseguido dar con una distinción simple y clara. En una situación similar se encuentra el subjuntivo, otra de las bestias negras para los estudiantes de español como lengua extranjera.

La lista es larga, pero mi intención era simplemente llamar la atención sobre las trampas de la simplificación. Decía el Esbozo académico en 1973 que este tipo de reglas «tienen una utilidad práctica indudable, pero limitada, y se prestan a interminables discusiones». Antes por tanto de rechazar algo que nos suena natural, debemos preguntarnos si el problema no estará en la regla en la que estamos pensando.